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jueves, 4 de junio de 2015

ELOGIO DE LA DIFERENCIA


La marcha multitudinaria contra el femicidio ayer en Argentina, fue precedida de un intenso bombardeo de los medios de comunicación durante varias semanas, en favor de la manifestación pero también vía las redes sociales, donde, amparándose en el "feedback" virtual, numerosos hombres y mujeres de diferentes generaciones, protagonizaron intensos debates en relación a la desigualdad de género y la supuesta "debilidad" en la que se halla la mujer, en términos de políticas públicas. Como es obvio en estos casos, parece mentira y cabe aclarar que estando por supuesto, en contra del femicidio y de cualquier homicidio, contra el ser humano, y la violencia en general, intramuros y extramuros, el tema presenta un trasfondo que merece desentrañarse, para no terminar atrapados en la vorágine de la corrección política, que pareciera, en estos tiempos, todo lo domina. Entre paréntesis, no tengo ninguna certeza de que en la totalidad de manifestantes ayer, no hayan habido golpeadores, violadores, pedófilos, acosadores ocultos tras la multitud, pero ostentando para las cámaras, un cartelito de "Ni una menos". 

Precisamente, este pie de página encierra parte de la hipótesis central de este artículo. Hay una suerte de marea totalitaria moral y conductual de la que los argentinos le cuesta escapar en todos los planos. Porque más allá de la contradicción expuesta, por el núcleo de la misma marcha, es decir, mujeres que se manifiestan en contra de la violencia de género  pero al mismo tiempo, abogan por el aborto libre o hacer de sus cuerpos lo que ellas quieran -incluso hubo imágenes  de torsos desnudos muy desagradables a lo Femen, el movimiento punk feminista ucraniano que vuelve loco a Putin-, lo cierto es que, quien ose decir algo diferente o contracorriente en esta nueva cruzada moralizadora, será tildado de "retrógrado", "medieval", "conservador", como epítetos más livianos. 


Es decir, hay una fenomenal y desigual lucha por la igualdad en todos los planos, aunque en el de género se verifica más elocuentemente. Porque si bien el femicidio puede claramente inscribirse en el conjunto de muertes violentas que existen en la sociedad argentina, desde hace tiempo, no olvidemos la violencia política de los años setenta, de la cual, adláteres de este gobierno nacional han incluso, venerado públicamente, a sus mártires, pero también la violencia en las calles y rutas, todos los fines de semana, donde mueren miles de jóvenes por exceso de alcohol o simplemente el gusto de correr una "picada", los homicidios provocados por robos y drogas, etc., no hay ninguna que equipare la fortaleza mediática, la virulencia -eufemismo de violencia- y hasta el sustento teórico, como esta causa. En todo caso, tal vez, lo que pone en evidencia el debate, es la dificultad creciente que tienen los argentinos, para sentirse y mostrarse "diferentes". 

En efecto, la marea igualitaria que alcanza a los sexos, aunque yo, gran adherente a la tesis del "varón domado" de Esther Vilar,  particularmente descreo de manera absoluta que vivamos en una suerte de "patriarcado a lo Onur" en Turquía -muy por el contrario-, se expandió y expande a todos los campos. 

En las escuelas, hay "bullying" o acoso, como siempre lo hubo, contra los chicos diferentes pero ahora, a diferencia de ayer, no se tolera la diferencia al punto que ni siquiera ese pobre chico halla ni siquiera la solidaridad de algunos de sus compañeros, que optan por dejarse arrastrar por la "manada" de violentos. Lo mismo ocurre en una cancha de fútbol. lo vimos hace una par de semanas, en un partido internacional, donde miles de cómplices veían el comportamiento atroz de un par de energúmenos que le hacían un enorme daño al "club de sus amores". Idem, en la misma educación, la causa de todos los males en Argentina, donde todas las políticas públicas de estos gobiernos, han insistido hasta el hartazgo, en la inclusión y la igualdad, sustentándose en la mediocridad, bajar la vara del rendimiento, no dejar que sobresalgan los mejores, enviar a los creativos e inquietos a las psicopedagogas (en su mayoría, mujeres) porque son "anormales" y generan una disrupción en el aula. Así podríamos seguir sucesivamente. Se pretende la igualdad desde arriba pero también se ejemplifica socialmente y entonces, todos terminan en una especie de embudo, donde no se tolera al "diferente" y donde nadie quiere ser diferente porque de ser así, recibirá todo el peso del castigo moral. 

Finalmente, en esta guerra obsesiva emprendida contra el hombre, la mujer argentina, que ha perdido femeneidad, coquetería, suavidad, un vocabulario fino, elegancia al caminar, erotismo sensual, cortesía para con el varón cuando éste la galantea -ni siquiera sabe hoy reivindicar al piropo confundiéndolo con "acoso"- y han reemplazado todos esos atributos por ostentación histérica, chabacanería, vulgaridad, cabello sobreteñido, un lenguaje soez, una vestimenta masculinizada, un consumo de cigarrillos o alcohol igual o superior al del hombre, un crudo materialismo, al borde de la cosificación, también ha perdido distinción. Tal vez, el costo de haberlo perdido, acarrea su actual transición identitaria, aspecto que las políticas públicas de "protección" pero tampoco el diván del psicólogo, le devolverán, sino empieza a levantar su autoestima y reivindicarse como tal, diferente al hombre, afortunadamente diferente, ni más fuerte ni más débil, sino distinta, sin necesidad de cartelitos, impostaciones o sobreactuaciones colectivas.

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