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domingo, 21 de septiembre de 2014

ENTREVISTA A MIKHAIL KHODORKOVSKY

MAGNATE Y EXPROPIETARIO DE LA PETROLERA YUKOS

Jodorkovski: “Soy pesimista; Putin puede durar 20 años”


El exoligarca prepara en Suiza su vuelta (a distancia) a la política rusa tras diez años en prisión

Mijáil Jodorkovski recibió a EL PAÍS el lunes en Zúrich, donde se instaló tras ser liberado en diciembre “por motivos humanitarios” después demás de diez años en prisión acusado de diversos delitos económicos pero con la sospecha sobrevolando de que el Kremlin le castigaba por la relevancia que había adquirido como opositor. El hombre que levantó la que llegó a ser la primera petrolera de Rusia, Yukos, fue indultado y excarcelado el pasado diciembre. Su empresa fue desmembrada y absorbida en gran parte por la petrolera estatal Rosneft.
La oficina del exoligarca, sin identificación exterior, está en el casco viejo, a pocos minutos de la casa, señalada con una placa, donde otro exiliado, Vladímir Lenin, padre de la Revolución bolchevique, residió de 1916 a 1917. En Suiza Jodorkovski prepara su retorno (a distancia) a la política de su país. Parece relajado. La camiseta sin mangas estampada con un graffiti que viste le da un aire juvenil que se refuerza cuando, mochila en ristre, marcha al encuentro de su esposa, Inna, y su padre, Boris.
Pregunta. ¿Cómo se adapta a Suiza?
Respuesta. Suiza es una residencia temporal que me resulta cómoda para trabajar con Rusia. [Desde Moscú] no se ve como un país hostil, tiene una política bastante independiente y no hay que temer la influencia del Kremlin sobre sus dirigentes. Pero en mi relación con las autoridades rusas todo es posible, y yo no me tranquilizo del todo aquí. En Twitter circularon llamamientos a ajustarme las cuentas e incluso a matarme.
P. ¿Su fundación, Rusia Abierta (OR), vuelve a funcionar?
R. Quiero empezar un nuevo trabajo con esta marca que refleja mi visión, opuesta a la del régimen. La apertura al mundo es ventajosa para Rusia y útil para la sociedad. En el pasado la fundación promovía actividades de beneficencia que ahora no puedo impulsar porque no tengo los recursos de entonces. Además, en Moscú hay un tercer proceso preparado contra Yukos, que permite acusar de lavado de dinero a quien reciba recursos míos. Mis proyectos hoy se dirigen a la reducida parte de la sociedad rusa que vincula el futuro a la vía europea de desarrollo, es decir al Estado de derecho. Rusia es parte de Europa por su herencia cultural, pero las autoridades siembran dudas ridículas sobre ello.
P. ¿Cómo actuará?
R. Los grupos sociales activos y proeuropeos deben adquirir el carácter de sujeto político para defender sus intereses y pueden unirse para tratar de resolver problemas económicos, municipales, ecológicos. OR será un movimiento de colaboración entre ellos, un movimiento de redes sin un centro único. Yo contribuyo intelectualmente, creo una plataforma de redes donde estos grupos puedan comunicarse.
P. En cuanto se sepa que Jodorkovski crea su plataforma de Internet, pueden surgir problemas...
R. Sin duda, como muestra la experiencia china, pero, mientras Rusia no prohíba Internet, la tecnología permite esta colaboración, que no puede ser comercial. Además, habrá comunicación off line para decidir sobre acciones comunes. La sociedad civil se redujo, pero no desapareció. El sector orientado hacia Europa es potencialmente influyente, aunque Putin logró fragmentarlo. Tengo la esperanza de que Putin cometa algún error, ya que todos los regímenes autoritarios se hunden a consecuencia de errores. Esto puede no ocurrir en una década ni incluso en dos, por eso me dirijo a la generación de 20 a 30 años para decirles que su futuro depende del régimen que venga después de Putin y que no tienen perspectivas si viene un líder tipo Strelkov [militar ruso que ha guerreado en Donetsk].
P. ¿Cuánto puede durar el sistema representado por Putin?
R. Soy pesimista. Entre dos años, si comete errores, y 20 años. Una y otra vez el régimen se lanza a aventuras de las que sale con pérdidas para Rusia. Por ahora, logra explicarlas, pero, en cualquier momento, cuando la gente se plantee qué diablos nos cuentan, la conciencia social puede dar un vuelco. En el caso de Crimea hay orgullo, alegría febril por haber mostrado fuerza y tomado lo nuestro, pero mañana podemos entender que Rusia es una imprevisible fuerza del mal, que nos enfrentamos con un pueblo hermano y que hicimos peligrar el futuro del “mundo ruso”.
P. Usted atribuyó su caída en desgracia a varios factores ¿cuál fue el principal?
R. Putin no pudo aceptar la existencia de otros centros de fuerza. Tiene mentalidad militar, piensa de forma jerárquica y se irritó ante puntos de vista más influyentes que el suyo y que él consideraba determinados por el dinero. Putin elimina los puntos de vista alternativos de forma sistemática. La gente de su entorno lo sabe y le da argumentos para destruirlos.
P. ¿Qué siente hacia Putin?
R. No siento hostilidad hacia él. Es un oponente con el cual me resulta interesante batirme.
P. ¿Y los diez años de cárcel?
R. Esto no me despierta sentimientos hacia Putin. Acepto a la gente tal como es. Putin se deja influir con facilidad desde el punto de vista emocional. Si no hubiera existido Sechin [el director de Rosneft, gran beneficiada por la expropiación de Yukos], tal vez mi conflicto con Putin hubiera sido más político, pero él influyó en el presidente y convirtió mi enfrentamiento en delictivo. Sechin es una de las pocas personas que me desagradan y seguramente no me apenaré si le surgen problemas, pero yo soy menos emotivo que Putin. Mi mujer me critica y me llama el hombre-ordenador.
P. ¿Cómo valora las sanciones occidentales hacia Rusia?
R. Tienen un componente correcto y otro incorrecto que casi ha destruido el efecto del primero. Occidente debe corregir el rumbo y decidir si quiere enfrentarse con el pueblo ruso o con el régimen. Si se opone al régimen, su posición debe ser otra, porque los planteamientos de hoy no permiten que yo y gente como yo nos sumemos a ustedes, aunque queramos. Occidente debe mantener las sanciones sobre el entorno de Putin, pero también distanciarse de esa gente agresiva que ha robado al pueblo ruso. Cabe preguntarse por qué no se dieron cuenta antes, pero lo importante es que rectifiquen y que digan que el saqueo al pueblo ruso va contra los principios morales de Occidente. Una posición así invita a apoyarla, pero ahora Occidente no distingue y le dice a Rusia que la castiga y que le importa un bledo si sus dirigentes le roban o no; y el pueblo ruso, que se siente castigado, reacciona cerrando filas en torno a sus líderes. Son 140 millones de personas que se enfrentan a la civilización euroatlántica y que se consolidan en torno a sus dirigentes. Será un largo enfrentamiento.
El debate europeo sobre las sanciones se ha producido en el marco conceptual de los norteamericanos. La posición de torpe pragmatismo de los estadounidenses no es el método para tratar al pueblo ruso, que resistirá, como resistían los iraníes ante la profunda incomprensión de su modo de ser. Los rusos y los iraníes estamos orgullosos de nuestra larga historia y dispuestos a aguantar muchas cosas, pero no a exponer nuestro orgullo a la vejación. Los norteamericanos, con su pragmatismo, piensan que cederemos si algo nos perjudica, pero a mí me importa menos tener pan en la mesa que sentarme a una mesa sobre la que han escupido. Si las sanciones se basaran en criterios morales, el pueblo ruso saqueado y los campesinos europeos privados de exportar a Rusia entenderían que estamos en un mismo barco.
P. ¿Cómo influye en la población la propaganda del Kremlin sobre Ucrania?
R. El potencial histérico es muy peligroso y no se disuelve así como así. O Putin busca un enemigo exterior para dirigir la histeria y machacarlo o la histeria se vuelve en su contra.
P. ¿Hasta dónde puede ir esa búsqueda?
R. Hasta la Mancha, ¿por qué no? Aunque Putin no piense en ello, ésta es la línea que se impone a la sociedad. Cuando el régimen anuncia una inspección de la industria por si se produce una guerra, contribuye a la mentalización bélica y a la movilización. Esta dinámica nos puede llevar a la guerra.
P. ¿Cree posible devolver Crimea a Ucrania tras la anexión?
R. A medio plazo no, pero si la sociedad rusa acepta el modelo europeo y vamos hacia un espacio común europeo, entonces el problema de Crimea tendría solución a largo plazo.
P. ¿Qué salida tiene la guerra en Donbás?
R. El régimen ruso está interesado en mantener la tensión ahí, pero sobre todo en controlar la política exterior de Ucrania mediante competencias constitucionales especiales de Donetsk y Lugansk. No sé si Europa occidental y Ucrania aceptarán esta solución, pero eso no resuelve el problema de la conciencia histérica exaltada, que el régimen, quiera o no, deberá canalizar hacia alguna parte después. Al retroceder para resolver el problema de Donbás se pospone la verdadera solución. La Comisión Europea ha ido por este camino al retrasar la entrada en vigor del acuerdo de libre comercio con Ucrania, pero no es una solución duradera. La conciencia histérica de Rusia exige un enemigo exterior, y ese enemigo es Europa, porque no es peligrosa para Rusia.
Putin no puede desmovilizar a la sociedad, porque, al volver a la vida pacífica, la atención se dirigirá a la situación social interna, cuyo empeoramiento no puede combatirse sin romper con el modelo autoritario de dirección del país. La disminución de la población activa, el aumento del coste de explotación de yacimientos, el fin de la etapa de crecimiento exponencial de los precios de la energía son problemas estratégicos de Rusia y todas las soluciones implican pasar de un Estado autoritario a otro de derecho. China no es más democrática, pero sí es un Estado de derecho en mayor medida que Rusia, porque ejerce la alternancia en el poder, aunque limitada. Los pactos de la transición española dieron a la élite franquista garantías de que no sería machacada. No veo quién puede garantizarle esto ahora a Putin, aunque podría ser Europa, tal vez Alemania. Europa necesita dirigentes que representen una fuerza moral para la sociedad rusa. Angela Merkel era esa persona, pero la concepción equivocada de las sanciones hace que los rusos estén menos dispuestos a escucharla.

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