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jueves, 8 de diciembre de 2016

EL "CAMBIO" DE MACRI UN AÑO DESPUES: NECESARIO PERO INSUFICIENTE

Mauricio Macri en la inauguración del aeropuerto El Plumerillo de Mendoza. (FOTORREPORTER)

Acaba de entrar en shock el gobierno de Macri ante una sucesión de derrotas parlamentarias cuasi inesperadas, para el máximo elenco gubernamental. Cierra diciembre y a un año del debut de la coalición no peronista "Cambiemos", reforma electoral frenada, ley de emergencia social (con una generosa dádiva presupuestaria para las organizaciones piqueteras) y nueva normativa para subir el mínimo imponible del Impuesto a la Ganancias sobre los salarios de los trabajadores formales y nuevo gravámenes sobre el juego, mineras y "renta financiera", son tres recientes iniciativas en donde por primera vez, la oposición básicamente peronista (13 bloques) se unieron para ganarle al minoritario bloque oficialista. Esa sucesión de adversidades suponen para este gobierno tan preocupado por la transparencia y la calidad institucional, dilemas de difícil resolución además de un duro golpe a sus supuestos básicos de entender tanto el arte de la política como el de gobernar en un país complejo (por decisión propia) como Argentina.

El Presidente difundió una foto familiar el último día de clases de su hija Antonia

A la hora del balance, resulta claro que el juicio evaluador de la Presidencia Macri, debe tamizarse a través de su cercanía o lejanía con el "Cambio" propuesto. Respecto a éste, hay muy diversas formas de medirlo: a través sus promesas de campaña, de los resultados de políticas públicas, de la magnitud de las conductas colectivas. Un gobierno que empezó con un gran impulso "normalizador", alejándonos de la irracionalidad macroeconómica de la administración kirchnerista de más de una década (cepo cambiario, retenciones a las exportaciones, tipo de cambio atrasado, déficit fiscal, inflación reprimida, default generalizado), con bastante rapidez y "timing" pero que con el correr de los meses, fue diluyendo ese dinamismo, a la espera de un "segundo semestre" esperanzador cuyos indicadores positivos, nunca se dieron. Un gobierno que asomaba con una "pata" gerencialista muy sólida y consistente y una fisonomía política a priori, de evidente debilidad, pero que paradójicamente, mostró una enorme vulnerabilidad económica y hasta comunicacional y cierta solidez política, para al menos, prohijar acuerdos legislativos con el massismo tanto el Congreso nacional como Legislatura bonaerense y fuera de tales recintos, con los gobernadores (17 de los 24 son peronistas), sindicalistas (que toleraron un retraso salarial del 17 %, sin hacer paros nacionales), empresarios, las ya mencionadas organizaciones piqueteras, etc. Un gobierno que mostró un estilo de defensa de su gestión, sin grandes discursos, sin cadenas nacionales, sin actos callejeros masivos, pero con mucho "timbreo" ocasional, con mucho direccionamiento y atención a la redes sociales y confiando únicamente  y exclusivamente, en un estilo diametralmente diferente del "viejo" estilo de "hacer política. Vamos a expresarlo elocuentemente: un gobierno que ha sobrevivido un año, disimulando sus carencias precisamente gerenciales y sus tibios resultados económicos, en gran medida, apelando a la figura rejuvenecedora de María Eugenia Vidal, la capacidad negociadora de los Monzó y los Pinedo; la ausencia de una oposición consistente, con figuras de cierto fuste a futuro y por qué no, cierto "blindaje" mediático de algunas cadenas como el Grupo Clarín, que ha sido medianamente indulgente con "Cambiemos", aunque ignoramos, considerando la historia oscilante del holding, hasta cuándo.

El resultado de todo ello, no puede ser más que aleccionador. Durante un año, se ganó hasta hace algunas semanas, en "gobernabilidad". No hubo mayores conflictos sociales; el estilo de gobierno más relajado, aún reconociendo errores de gestión, como el del "tarifazo" puede ser valorado por la opinión pública; se respira un gran aire de libertad o de "glasnost", comparable al de épocas como Alfonsín o Menem mismo; la tensión de otras épocas, excepto en el plano mediático cuando uno visualiza algunos programas de C5N y radiales, parece haber quedado atrás; el Congreso, ya sea con derrotas como victorias legislativas para el oficialismo, trabajó más que nunca; la justicia, ya sea por oportunismo o no, idem. Sin embargo, ese "cambio" no logra trasladarse aún al terreno de lo estructural, que sirva para convertirse en bisagra para la mediocre historia argentina, tanto la económica como la institucional. 

La inflación sigue siendo altísima para un país "normal"; el déficit fiscal ha subido incluso más que en la era kirchnerista; el gasto público se mantiene en niveles elevados, con una dudosa calidad en su composición; la presión tributaria es asfixiante para quienes se mantienen en la formalidad, la inversión en infraestructura (rutas, logística, escuelas, hospitales) es aún muy baja. Tenemos una regla y procedimientos electorales arcaicos; convenios colectivos y costos laborales del siglo XIX, en un mundo con omnipresencia china y asiática en general; producimos bienes y servicios de mala calidad a costos elevados; más del 40 % del empleo está fuera del mercado laboral formalizado; nuestro comercio exterior es insignificante; la integración argentina al mundo, pero incluyendo nuestros vecinos, excepto el ultraprotegido comercio con Brasil, es mínima. Ni hablar en términos de inseguridad: las condiciones de vida de los numerosos conurbanos de las principales ciudades del país, tienen tasas delictivas comparables a las peores de Centroamérica, México y Venezuela. La corrupción policial es notable. Ni siquiera el mismo gobierno cree o confía en sus fuerzas de seguridad, cuando debe desactivar piquetes en la calle y entonces, el caos urbano se generaliza, por el "bendito" temor a reprimir desde Kostecki y Santillán (2002). La droga ha penetrado en el corazón de muchísimas barriadas juveniles. El retroceso educativo es notorio. Todo ello es herencia claro está de muchas décadas, sobre todo de las últimas dos, pero este gobierno, que hace gala de un estilo comunicacional postmoderno, antinostálgico y presentista, se negó y niega a blanquearlo, en aras de un orientalismo negador y positivista que pregona el trío Durán Barba-Rozitchner-Peña.

Resultado de imagen para Macri Peña conferencia de prensa

El tamaño de semejantes desafíos, que son los mismos de la Argentina de los últimos 70 u 80 años, que han planteado conductas sociales inerciales muy profundas; la presencia permanente de un peronismo que sólo se siente cómodo en el poder y cuando no lo tiene, lo olfatea y lo desea; una sociedad que ha sido permisiva, cómplice y hasta cobarde con su propia decadencia, pero que suele ser muy exigente y hasta inmisericorde con gobiernos débiles; la insuficiencia del republicanismo u honestismo a la hora de juzgar o evaluar gobiernos que se precien de exaltar tales valores, son factores que según parece, mensajes postmodernos o posthistóricos como el del consejero ecuatoriano Durán Barba, se niegan a atender o subestiman, de manera poco creíble.


Porque si bien, puede ser cierto que las redes sociales hayan cambiado "la forma de hacer política", que la gente demande nuevos liderazgos más horizontales, que haya hastío con las formas verticialistas, que haya un desgaste necesario del peronismo, pero lo que no puede obviarse, que gobernar implica mucho más que mirar cómo el espectáculo se desarrolla, sin atisbo alguno de intervenir sobre el mismo

Concretamente, si Macri no ayuda a liderar esa sociedad tan irresponsable; si no se ejerce docencia desde arriba, si no se comunican o blanquean los flagelos que se presentan, heredados o no; si no se motiva a esa misma sociedad en una determinada dirección que genere compromiso y alineamiento con ciertos objetivos; sino se incluye alguna estrategia general en consecución con tales objetivos, que no sean sólo llegar a ganar la elección parlamentaria de 2017, sobre la base de hacer sobrevivir a CFK y dividir al peronismo, que hoy parece confluir, se corren cuatro peligros concretos, que se ciernen sobre el destino nacional. 

Uno es que el peronismo, al que sólo le importa su destino -y no el nacional-, se reagrupe ciertamente y pase a ser opción de poder como ya ocurriera en 1987 y 2001, demostrando por enésima vez que el único que puede desajustar y ajustar a este país, es el viejo partido del General. Otra es un tránsito como el del 2016, hacia una "normalidad" anodina, sin grandes novedades, excepto una agudización de los desequilibrios macroeconómicos, que conduzcan a una irremediable megacrisis que se incuba así y se detona más tarde o más temprano. Un tercer riesgo, es que el gobierno pierda toda la templanza -artificial- de la que hizo gala hasta aquí y se deje ganar por la furia o el encono sustentando en la incomprensión al estilo del "teorema Pugliese" -"les hablé con el corazón y me pagaron con el bolsillo"-: represión, veto a leyes o, denuncia o guerra a la oposición, generando el efecto indeseado de "resucitarla". Por último, que se termine de destruir para siempre, la posibilidad discursiva de un "Cambio": sería tal el desprestigio de ese vocablo, toda vez que fracase la posibilidad de un gobierno no peronista, que mucho tiempo se requerirá para que una esperanza de tal calibre o magnitud, vuelva a florecer en el escenario nacional. 

La posibilidad de que sólo pueden gobernar aquellos, que pueden resolver los problemas que ellos mismo generan, está a la vuelta de la esquina. La única forma de evitarlo, es precisamente, evitarlo, por todos los medios -claramente políticos-. "Si quiere convertir goles y ganar partidos", Macri, quien debiera leer más a Maquiavelo y menos a Durán Barba o al Ravi Shankar, tiene en sus manos, esa posibilidad. y, la única forma de que este año que para muchos, nos parece, hasta perdido, constituya, por el contrario, un año "ganado". 

Macri jugó al fútbol con unos chicos en Mendoza

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