Fue una marcha pacífica, sin violencia ni siquiera en carteles, con líderes opositores ocultos entre los paraguas y encabezada por la familia de Nisman y Fiscales colegas suyos, que fueron duramente cuestionados por el gobierno en cada ocasión que tuvo a disposición. La presencia de gran parte de la comunidad judía, víctima de los atentados de 1992 y 1994, también dijo presente, dándole un colorido especial a una tarde lluviosa en Buenos Aires y nublada en el resto del país. La multitud nada despreciable de medio millón de personas, con su estremecedor silencio, fue el entorno de la protesta cívica, cuyos organizadores, ahora pretenden garantías del Poder Ejecutivo.
Sin embargo, tal como dijimos en nuestro último post la semana pasada, si la marcha con evidente carácter político, no contenía rasgos que pudieran afectar sustancialmente al gobierno K en retirada o alterar el panorama electoral, no tendrá efectos más allá de los institucionales o morales, de buenos deseos y a futuro, en el lejano plazo. No altera la naturaleza de las respuestas del régimen político, sencillamente porque no ingresa en el código o lenguaje al que está habituado este gobierno. Si fue institucionalista o cívica apartidaria, tal fisonomía le resta poder y eficacia frente a un gobierno que desprecia tales características.
Pero la oposición argentina es inocente y el gobierno, tremendamente pícaro, hasta maquiavélico. La respuesta no se hizo esperar, ya desde horas antes de la marcha. A las declaraciones en contra del supuesto golpismo de la protesta, Cristina Kirchner le sumó su acto de militantes, en Zárate, inaugurando una nueva central nuclear, donde nacionalizó su discurso, en favor de la soberanía energética del país y en contra de los intereses foráneos, especialmente norteamericanos. Con gritos y demás gestos sobreactuados a los que nos tiene habituados, ignoró una vez más, la marcha, al fiscal muerto y los efectos de la protesta.
Al mismo tiempo, y en otra muestra que el kirchnerismo no deja oportunidad alguna para dejar de inyectar "gobernabilidad", impulsó una nueva ley de Inteligencia en el Congreso, con la oposición distraída por la marcha y promoviendo entre otras cuestiones, mayor autonomía para los servicios de espionaje a cargo de un Ejército hoy dócil, a manos de Milani. Queda claro así que nada cambia en la Argentina de Cristina post 18 F: en realidad, todo parece consolidarse y a pocos meses de su fin legal, no queda claro, cómo reconocerá su derrota electoral y si está dispuesta a asumir el costo de verse ya sin poder. Tengo mis serias dudas, tras un mes de la muerte de Nisman.
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