El portazo de Carrió a UNEN, genera todo tipo de efectos políticos, pero entre otros, la posibilidad de visibilizar la necesidad de generar un polo opositor novedoso en la historia política argentina.
Ya en la década del treinta, la posibilidad de que radicales (alvearistas o antipersonalistas) convergieran con conservadores "modernos" de aquella época, terminó frustrándose por egoísmo de los dirigentes de aquel momento y la muerte de los principales promotores de aquel pre-acuerdo. Seguramente, la historia argentina hubiera sido muy diferente de lo que fue y entre otras circunstancias, tal vez el peronismo jamás hubiera ocupado siquiera una página de nuestros libros. La Unión Democrática y demás polos antiperonistas fueron pésimas y desnaturalizadas copias de aquel experimento que nunca pudo concretarse. Hoy, por obra y gracia de egocentrismos semejantes, la historia es inversa. El sistema polìtico argentino requiere, para ser moderno y abierto, que el peronismo y el radicalismo, no desaparezcan pero sí se diluyan en formaciones o coaliciones que los contengan, haciendo más palpables los matices ideológicos, que hoy aquellos desdibujan en favor de su supervivencia polìtica. En términos axiológicos, un frente radical-liberal-desarrollista-peronista (postmoderno), plasma una simbiosis novedosa entre el apego republicano a la ley, la transparencia con la gestión, muchas veces disociados en la política argentina. Si radicales a lo Sanz, Carrió o Aguad confluyen con el macrismo, del mismo modo que lo hicieron antes peronistas como Ritondo, Guelar o Triaca (hijo), incluso podría hacerlo el propio Massa, allí se estará perfilando una de las opciones para evitar que una vez más como en los últimos 11 años, los argentinos nos veamos obligados a votar una vez entre dos candidatos peronistas a Presidente. Enfrente podría generarse un polo socialdemócrata al estilo UNEN sin su pata radical republicana o el tercio leal al kirchnerismo, que deben genuinamente existir en un nuevo sistema político que se precie de democrático.
Ya en la década del treinta, la posibilidad de que radicales (alvearistas o antipersonalistas) convergieran con conservadores "modernos" de aquella época, terminó frustrándose por egoísmo de los dirigentes de aquel momento y la muerte de los principales promotores de aquel pre-acuerdo. Seguramente, la historia argentina hubiera sido muy diferente de lo que fue y entre otras circunstancias, tal vez el peronismo jamás hubiera ocupado siquiera una página de nuestros libros. La Unión Democrática y demás polos antiperonistas fueron pésimas y desnaturalizadas copias de aquel experimento que nunca pudo concretarse. Hoy, por obra y gracia de egocentrismos semejantes, la historia es inversa. El sistema polìtico argentino requiere, para ser moderno y abierto, que el peronismo y el radicalismo, no desaparezcan pero sí se diluyan en formaciones o coaliciones que los contengan, haciendo más palpables los matices ideológicos, que hoy aquellos desdibujan en favor de su supervivencia polìtica. En términos axiológicos, un frente radical-liberal-desarrollista-peronista (postmoderno), plasma una simbiosis novedosa entre el apego republicano a la ley, la transparencia con la gestión, muchas veces disociados en la política argentina. Si radicales a lo Sanz, Carrió o Aguad confluyen con el macrismo, del mismo modo que lo hicieron antes peronistas como Ritondo, Guelar o Triaca (hijo), incluso podría hacerlo el propio Massa, allí se estará perfilando una de las opciones para evitar que una vez más como en los últimos 11 años, los argentinos nos veamos obligados a votar una vez entre dos candidatos peronistas a Presidente. Enfrente podría generarse un polo socialdemócrata al estilo UNEN sin su pata radical republicana o el tercio leal al kirchnerismo, que deben genuinamente existir en un nuevo sistema político que se precie de democrático.
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