Desde fines de los ochenta y principios de los noventa, Elisa Carrió es una referencia ineludible en la política argentina. De apellido aristocrático y de raigambre radical en su Chaco natal, paradójicamente la Provincia del Jefe de Gabinete, "Coqui" Capitanich, Carrió construyó su fama polìtica a base de sablazos y contiendas épicas primero sobre el "menemato" y luego, sobre el kirchnerismo, aunque en este último caso, pareciera ser su lucha personal contra Cristina Fernández, la que adquiere un contenido especial adicional en su guerra contra la corrupción del sistema polìtico argentino. Hacedora y al mismo tiempo, destructora de frentes o coaliciones políticas (Alianza UCR-Frepaso, ARI, CC y UNEN), desde que abandonó formalmente el tronco radical, Carrió ha hecho de la denuncia ansistema, su estilo y naturaleza de conducción política, eligiendo siempre "maridos políticos" sucesivos, como Carlos Alvarez, Fernando Solanas, Ernesto Sanz y ahora, Martín Lousteau, con quienes, alternativamente, se ilusiona y decepciona. Con la opinión pública argentina, conoce la misma trayectoria de amores y odios. En diferentes tramos de su vida política, ha pasado por momentos de auge electoral y catástrofes, aunque nada de eso, la detuvo en su camino de ver consagrada la "república" con la que sueña. Su admiración arendtiana -cabe recordar que Hannah Arendt era otra mujer profundamente decepcionada por los hombres, sobre todo, su gran amor, el filósofo alemán Martin Heidegger-, le da a su mensaje, un alto contenido ético y épico, al estilo de una cruzada de honestos, pero tal discurso si bien tiene muchos adeptos en una Argentina que demanda un baño de transparencia en todos sus niveles, la aleja del necesario realismo que implica trabajar con eventuales socios en organizaciones y ser exitoso en política en un país que reclama liderazgo pero también requiere gestión. Su movimiento de esta semana, pegando una nuevo portazo en UNEN, vociferando que sus viejos compañeros de ruta, los radicales, son funcionales al kirchnerismo, porque rechazan la posibilidad de generar un frente opositor que incluya al PRO de Macri, con lo cual, facilitarían la llegada a primera o segunda vuelta, de dos candidatos peronistas (Scioli y Massa), no es novedad en su camino político. Sin embargo, este vez, su enésima actiud solitaria se convierta -o no- en una especie de bisagra que despierte a todos (dirigentes opositores y sociedad misma) de su letargo en el cual parecen sumidos, desde que el kirchnerismo retomó la iniciativa, "controlando" el dólar e impulsando leyes clave para la transición.
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