Pocos saben que la relación entre rusos y argentinos, a nivel estatal, se remonta al 22 de octubre de 1885, cuando aquellos eran gobernados en etapas no democráticas, la de los Zares del viejo Imperio y la denominada "Generación del Ochenta", en la república oligárquica, respectivamente. También se ignora que dicha relación, sólo fue interrumpida entre la Revolución de Octubre de 1918 y el año de asunción del peronismo, en el contexto del no reconocimiento internacional de la URSS. No se conoce tampoco que entre Perón -juzgado muchas veces, unilateralmente como "fascista"- y Stalin, existió una estrecha relación personal, que incluyó la donación de la casa-embajada argentina en Moscú; que la familia sanjuanina Bravo (bloquista y colaboradora del Proceso militar) prácticamente hegemonizó dicha embajada y que, en Argentina, existe una diáspora de más de 200.000 rusos o descendientes de rusos, sobre todo, habitantes de la ciudad de Buenos Aires y algunos lugares puntuales del interior del país, como en Misiones, Entre Ríos, Rosario y Mar del Plata, entre otras. Dentro de esa diáspora, hay numerosos descendientes de aristócratas connotados, emigrados de la época de los Zares, ya en el inicio del proceso revolucionario. Esto nos hace reflexionar de cuán cerca se sienten estos dos países, por alguna razón oculta, aunque estén en los dos extremos del mundo y con culturas aparentemente tan disímiles, aunque ambos tengan un común denominador: la prevalencia de la pasión y la emoción.
Para demostrar que el viaje de Cristina a Moscú, no es casual y tampoco debe ideologizarse o exagerarse en su dimensión geopolítica, la relación comercial histórica también tiene sus aditamentos especiales. Por ejemplo, nunca fue tan elevada como durante los años ochenta antes y durante la Perestroika gorbachoviana, todo ello marcado por un hito previo. En ocasión del embargo alimenticio y boicot deportivo de Occidente a las Olimpíadas de Moscú en 1980, por la invasión de la URSS a Afganistán, el gobierno militar argentino, supuestamente anticomunista, liderado por el propio Martínez de Hoz y la Sociedad Rural, vieron la oportunidad de sortear el bloqueo y proveyeron de cereales a la URSS de Brezhnev. Obviamente, dicho desaire sería muy castigado un bienio más tarde en Malvinas, para sorpresa de los propios militares argentinos, pero el beneficio comercial en divisas y el buen recuerdo todavía hoy entre los rusos por el gran gesto argentino, compensaron aquella reprimenda. También el menemismo colaboró con envíos de aceites de una gran fábrica cordobesa, al yeltsinismo, en pleno caos postsoviético. Hoy, la balanza comercial vuelve a remontar vuelo, llegando hasta los 2.500 millones de dólares, un poco más cerca de aquellos volúmenes récord de los ochenta, pero aún hay muchas posibilidades de evolución en ascenso, porque los argentinos podemos venderles a los rusos, más carne, frutas y lácteos y ellos a nosotros, más productos industrializados además de energía y por supuesto, inversiones en petróleo, gas y centrales nucleares.
En materia cultural, se abre también un gran abanico de posibilidades. En turismo, seguramente, muchos argentinos viajarán a las lejanas tierras rusas, en la Copa del Mundo 2018 para ver a Messi y su Selección subcampeona y los rusos se desvivirán por los encantos de Buenos Aires, las Cataratas del Iguazú y las bodegas mendocinas. Cada vez más estudiantes universitarios intercambian entre los dos países, motivados por la curiosidad y la excentricidad de ambas culturas. El tango, la danza, el ajedrez, el citado fútbol, el tenis y hasta el boxeo, como quedó demostrado el último fin de semana, son actividades que nos relacionan de una u otra forma. El hermanamiento de algunas ciudades ya es realidad y hasta a nivel político, la Legislatura de Buenos Aires y algunas Universidades nacionales, han recibido estos años, a delegaciones rusas como cada vez más autoridades argentinas han imitado el derrotero de Alfonsín en 1986, Menem en los noventa y Cristina, ahora. La llegada de la señal televisiva RT a suelo argentino, también contribuye al "soft power" ruso y acrecentar el conocimiento mutuo de ambas culturas.
El vínculo entre ambos países se acrecienta y aumentará más aún con los años. Parte de nuestra dirigencia política y lo que es más preocupante, los asesores de política exterior y funcionarios de Cancillería, tienden a ideologizar equivocadamente el vínculo. Gente cercana a Massa, Macri y los radicales, el 80 % de los pocos rusólogos con los que cuenta el país además de gran parte del establishment norteamericano, tradicionalmente rusofóbico, creen que el kirchnerismo y el putinismo, son aliados políticos estratégicos porque tienen una misma concepción del poder y del mundo, siendo autocráticos y revisionistas del poder mundial. Tienen lamentablemente, una visión apegada a la Guerra Fría y no se percatan que el mundo cambió y seguirá cambiando. Pero del otro lado, el oficialista, incluyendo a la propia Cristina, también se equivocan, como antes los militares argentinos y no pocos gobiernos, que creen que pueden usar al mundo, para sus propios intereses. En la Casa Rosada y en la Cancillería, se piensa que Argentina debe fortalecer su vínculo con Rusia, porque ésta al igual que China, pretenden revisar o reformular el orden internacional, forjando una alianza contrahegemónica que desafíe el poder norteamericano y nuestro país debe estar allí, para enojar a Obama. Putin no lo ve de la misma manera: sabe que Rusia debe priorizar su desarrollo interno y abandonar viejas nostalgias imperiales contraproducentes. En ese contexto, Argentina y toda América Latina, es percibida como socia estratégica por los factores antes citados: alimentos, energía, infraestructura y cultura, mucho más en estos momentos de tensión absurda con Occidente, a raíz del conflicto civil ucraniano, en el que Rusia no ha pretendido inmiscuirse de manera directa.
En el único punto, que tal vez haya que prestar especial cuidado y no se lo tiene en cuenta paradójicamente, lo cual no sorprende en un país como el nuestro, donde todo se discute superficialmente, es en el alcance, profundidad y consistencia de los acuerdos formulados con países como China y Rusia, muchas veces, opacos, demasiados sesgados en favor de sus intereses y no de los nuestros, con hipotecas a futuro que no se alcanzan hoy a vislumbrar, en materia de tierras, medio ambiente, defensa, etc. Pero ése no es un problema que atañe a rusos y chinos, que buscan en este mundo, su propia conveniencia, sino a nuestras dirigencias y es una exigencia que debiéramos formularles a ellas, y no a elites ajenas, antes de que sea tarde para las generaciones venideras.
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