Al Shabaab: ¿reinventarse o fraccionarse?
La organización está debilitada por una combinación de disidencia interna y reveses militares, pero sus flirteos con el Estado Islámico podrían dar un giro hacia una estrategia de alianzas.
Los islamistas radicales de Harakat Al Shabaab al Mujahideen –del árabe Movimiento de Jóvenes Muyahidines o comúnmente Al Shabaab, los Jóvenes– constituyen, en la actualidad, la principal amenaza yihadista para la región del Cuerno de África.
El pasado 2 de abril de 2015, esta organización perpetró el mayor atentado terrorista de su historia, cuando cuatro de sus militantes se infiltraron en la Universidad de Garissa en el este de Kenia. Los terroristas masacraron a casi 150 personas, la mayoría cristianos, e hirieron de diversa consideración a otras 79, bajo la excusa de que están en guerra con Kenia por su participación en la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM) y por el maltrato que recibe la población musulmana en el país. Hay que recordar que en diciembre de 2014, las fuerzas de seguridad kenianas practicaron redadas en varias mezquitas de la ciudad de Mombassa. En Swafaa y Minaa se aprehendieron granadas, municiones de armas ligeras y explosivos; y más de 300 personas fueron detenidas, bajo los cargos de que se estaban adiestrando en su manejo para llevar a cabo actos terroristas.
Pese a que el ataque de Garissa demuestra que Al Shabaab mantiene capacidad para ejecutar acciones violentas más allá de las fronteras somalíes, en realidad la acción se produce en un momento de extrema debilidad de la organización. Atrás quedaron los años en que el grupo gobernaba sin oposición amplias zonas de Somalia y controlaba casi todos los barrios de Mogadiscio.
En este declive, la acción de la comunidad internacional ha sido determinante. La AMISOM y el joven Ejército somalí, con el apoyo de Estados Unidos, lanzaron durante el año 2014 dos operaciones militares contra Al Shabaab. Su éxito ha permitido, asegurar el control de la mayoría de los centros urbanos del centro y sur de Somalia, privando con ello a los yihadistas de bases clave para el reclutamiento y la financiación de sus actividades, al mismo tiempo que ha interrumpido sus principales rutas de abastecimiento.
En septiembre de 2014, el grupo islamista sufrió otro severo golpe cuando el ataque de un dron estadounidense mató a Mukhtar Abu Zubayr Godane el carismático emir de Al Shabaab, en el momento en que viajaba en vehículo por el distrito de Sablabe, a unos 170 kilómetros al sur de la capital.
Al igual que en otros lugares de mundo, las fuerzas armadas de EE UU y la CIA llevan a cabo acciones de vigilancia, información y ataque sobre Somalia, utilizando Predators y Reapers que despegan desde las bases de Camp Lemmonier en Yibuti y Arba Minch en Etiopía. El último ataque de este tipo, hasta el momento, tuvo lugar el pasado 12 de marzo contra Adan Garaar un conocido líder de la Amniyat. Garaar es el tercer líder de alto rango de esta unidad de élite de Al Shabaab que ha sido objetivo de los drones estadounidenses desde finales de 2014. Con anterioridad, había sido abatido Yusuf Dheeq, el que fuera comandante de la Amniyat, que había reemplazado a Tahlil Abdishakur, muerto en otro asesinato selectivo un mes antes.
Días después de que se confirmase la muerte de Godane, el Consejo consultivo de Al Shabaab designó a Ahmad Umar –conocido también como Abu Ubayda–, como nuevo líder de la organización, aunque, el flamante emir no parece tener ni el carisma ni las dotes de mando de su antecesor.
Ante la difícil situación táctica actual, la nueva dirección ha ratificado la estrategia puesta en marcha ya por los yihadistas somalíes durante el último año. Por un lado, los avances de la AMISOM y de las fuerzas del Gobierno central de Mogadiscio han obligado al grupo a situarse a la defensiva, y como en el pasado, volver a la lucha de guerrillas como forma de preservar sus escasos efectivos. Así, los ataques por sorpresa contra las fuerzas internacionales y del Gobierno central se han hecho frecuentes. Por ejemplo, a finales de diciembre de 2014, los islamistas atacaron una base de la AMISOM en la región de la baja Shabelle matando a 10 soldados de la Unión Africana.
Además, Al Shabaab dirige frecuentes ataques contra hoteles de la capital somalí, ya que son lugares de reunión para extranjeros y funcionarios. En enero, y mientras se encontraba de visita en el país el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, los yihadistas se atribuyeron la autoría de un ataque contra el hotel SYL que causó la muerte a tres personas. Al mes siguiente, dos suicidas armados con explosivos atacaron otro complejo hotelero de Mogadiscio. En la acción, además de los terroristas, murieron 10 personas entre los que se encontraban dos miembros del Parlamento y el subgobernador de la provincia de Banadir. Y el pasado 27 marzo, otros 10 civiles fueron asesinados como consecuencia de un nuevo ataque llevado a cabo contra el hotel Makka al Mukarama de la capital –en este último caso, entre las víctimas se encontraba el embajador de Somalia en Suiza–.
Al mismo tiempo, Al Shabaab ha intensificado sus acciones en los países vecinos mediante ataques que, aunque realizados por un escaso número de efectivos –usualmente no llegan a la media docena–, buscan alcanzar una amplia repercusión mediática, como el ya apuntado de la Universidad de Garissa –o los anteriores contra el centro comercial Westgate de Nairobi en 2013 o, al año siguiente, en un restaurante de Yibuti frecuentado por personal militar occidental–. A lo largo de 2014, solo en Kenia, los yihadistas han asesinado a 173 personas, de acuerdo a los datos proporcionados por la policía de aquel país. El 30 de marzo de 2015, el fiscal ugandés encargado de investigar el doble atentado realizado en Kampala en 2010, atribuido a Al Shabaab, fue asesinado a tiros, presumiblemente por miembros de ese grupo.
Pero además de las derrotas militares, la debilidad de Al Shabaab también se explica por su propia división interna. En junio de 2013, Godane llevó a cabo una purga con la que consiguió eliminar toda disidencia, aunque la muerte o huida de opositores y combatientes extranjeros, junto con la pérdida del apoyo de ciertos clanes en las zonas bajo su control, agotaron en gran medida a la organización.
Usualmente, una de las razones esenciales de discordia intestina ha sido la pertenencia de Al Shabaab al proyecto yihadista global representado por Al Qaeda. En febrero de 2012, Ayman al Zawahiri designó a la organización somalí como la franquicia de Al Qaeda en el este de África. Aunque, una de las primeras decisiones de Umar, tras asumir el mando, fue reafirmar su lealtad a Al Qaeda, existen indicios de que Al Shabaab podría estar considerando vincularse al Estado Islámico, con el fin de mantenerse relevante en el planeta yihadista global.
Esta cuestión saltó a la luz cuando, a principios de marzo de 2015, Boko Haram, el grupo yihadista nigeriano, juró lealtad a Abu Bakr al Baghdadi, mando supremo del Daesh, hecho que coincidió con la publicación de un vídeo oficial de Al Shabaab en la web del Estado Islámico. En abril de 2015, Zakariya Hersi, un antiguo miembro de Al Shabaab afirmó que la relación de los yihadistas somalíes con Al Qaeda se estaba desintegrando, y que es probable que, antes o después, la organización prometa lealtad a Baghdadi.
Todo parece indicar que existen significativas fricciones entre la dirección de Al Shabaab y sus militantes más jóvenes que estarían pensando unirse a Daesh de forma individual, si la organización no da ese paso. Así, podría aparecer un escenario de fragmentación semejante al de los Talibán pakistaníes –Tehrik-e-Taliban Pakistan– en la que un grupo de desafectos ha fundado una facción del Estado Islámico, denominada Provincia de Jorasán, lo que a la postre ha significado un debilitamiento del movimiento islamista radical en el país asiático.
Para sus promotores, un potencial alineamiento con Daesh permitiría, en teoría, a Al Shabaab mejorar el reclutamiento de combatientes extranjeros, muy dañado por las purgas de los años pasados, mejorar su imagen ante la diáspora somalí y acceder a mayores recursos financieros y armas, más difíciles de conseguir desde que el grupo perdiera el control de todos los puertos en la costa del Índico.
Sin embargo, existen varias limitaciones que apuntarían que, al menos por el momento, es poco probable que se produzca ese acercamiento hacia el Estado Islámico. Históricamente, Al Shabaab ha definido sus objetivos y estrategias de acuerdo al contexto somalí y no a la agenda yihadista internacional. Así, es improbable un cambio de esa naturaleza a menos que comporte ventajas tangibles en el ámbito doméstico. Pero, no existen evidencias de que los grupos alineados con el Estado Islámico gocen de mayores recursos, inteligencia, experiencia o coordinación en el nivel operacional. Por otro lado, los vínculos personales entre líderes condicionan poderosamente las relaciones entre las distintas células yihadistas. Este ha sido durante años el nexo de unión entre Al Shabaab y Al Qaeda en la Península Arábiga, por lo que resulta complejo romper esta tendencia. Aunque hay que considerar que la actual campaña de ataques con drones contra los dirigentes de ambas organizaciones puede modificar el escenario.
En resumen, Al Shabaab se encuentra en una situación de debilidad producida por la combinación de disidencia interna y reveses militares. Pero el violento historial del grupo dificulta vaticinar si estas circunstancias conllevarán su fraccionamiento o un giro de la estrategia de alianzas que le permita reinventarse. Sin embargo, la persistencia de la actividad armada sirve como recordatorio de que está lejos de ser derrotada y que todavía dispone de importantes capacidades y recursos, lo que unido a su singular fanatismo la mantienen como una amenaza regional de primera magnitud.
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