Viajé este verano hacia las costas del Océano Pacífico de Chile y Perú, las tierras que esta vez, se negaron a recibir la nueva edición del Rally Dakar, por fenómenos climáticos y protestas ecologistas.
Precisamente, desde tales latitudes, se puede dimensionar realmente la falta de restricciones geográficas y climáticas del nuestro, nuestra pérdida de tiempo dirigencial y social con elementos y situaciones irrelevantes y al final del camino, el enorme rezago sufrido pero escogido por Argentina tras haber iniciado el siglo XX, muy por delante de chilenos y peruanos y del resto de Latinoamérica.
Tanto chilenos como peruanos entienden y sobreviven a la hostilidad del clima y el suelo. Son hijos del desierto y los sismos, los volcanes, los tsunamis, las sequías, los incendios y hasta la contaminación ambiental -basta con ver el cielo de Santiago o el estero Marga Marga de Viña del Mar-. Al sol que obliga a no pocos peruanos a ponerse sombreros o usar paraguas para protegerse, debe sumarse que la tierra en Chile, tiembla más de 500 veces al año. Se puede ver en una de las autopistas peruanas, el aviso del paso de una falla tectónica por el lugar además de los cientos de carteles advirtiendo de las salidas alternativas subiendo a los cerros o calles elevadas, para escapar de los maremotos.
En ambos países, se hallan dos de las más dinámicas economías de los últimos años en esta parte del continente, liderando la llamada Alianza del Pacífico. No dejo de preguntarme cómo y por qué estas dos naciones, viejas enemigas, siendo tan mentalmente cerradas, tan nacionalistas -valga la redundancia, basta ver la cantidad de banderas a lo largo de la costa, aún en las chozas más humildes, además del recuerdo permanente de la dolorosa y sangrienta Guerra del Pacífico- y hasta podría decirse, tan distorsionadoras del idioma español, aun con su estela de Premios Nobel de Literatura -es increíble la cantidad de horrores ortográficos que uno puede observar en la cartelería o señalética peruana-, se han comportado mucho mejor que la economía argentina en estas tres últimas décadas.
Incluso volviendo al tema de la vieja rivalidad naval y militar, me asombra el pragmatismo de ambos, Mientras los argentinos se ufanan de poner carteles con "Las Malvinas son argentinas" y no han hecho absolutamente nada por recuperarlas de manera práctica desde el triste y fútil suceso de 1982, donde mandamos a morir a más de 500 adolescentes, estas dos naciones otrora guerreras, se empeñan de vez en cuando en exaltar sus diferencias a través de la diplomacia, como lo hicieron en casi todo 2015 en La Haya, pero al mismo tiempo y desde hace años. se venden mutuamente, invierten en sus respectivos territorios y hasta, como observé en Tacna, cerca de la frontera con Arica, los peruanos le venden a los chilenos, los servicios de óptica y odontología a precios accesibles, de los que no pueden gozar en su propio suelo.
Sí, claramente, hay una diferencia institucional o de reglas de juego entre los tres países, pero también es obvio que tras ellas, hay liderazgos, hay elites que decidieron cambiarlas y hay pueblos que las aceptaron y toleraron, aun cuando desde el punto de vista cultural, éstos tengan conductas de servilismo, obediencia, pasividad y hasta desgano, que parecen ser, prima facie, incompatibles con un espíritu emprendedor, dinámico y creativo de todo capitalismo. Son países de empleados sumisos, con lo que nunca uno puede confiarse, si son sinceros o no, pero que trabajan, cobran a fin de mes y eso les basta. Los países funcionan. Tanta cercanía, tanta influencia mutua, tanta historia común con un pasado común de liberación respecto a España en el siglo XIX, pero abruman también las diferencias. El contraespejo argentino, con su anomia permanente, no deja de asombrarme.
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