Promedié enero, siguiendo la ruta histórica del Rally Dakar, recorriendo el norte argentino. Históricamente, la zona más poderosa política y económicamente del país, hasta el advenimiento de la Organización Nacional en 1853. A su altísimo contenido arquitectónico colonial e indígena, deben sumársele el ritmo de vida tan particular (cansino) de sus habitantes, su clima y geografía especiales.
Hacía cuatro décadas que no lo visitaba. Está igual o peor que desde ese tiempo. Sus Provincias, semiabandonadas, con Salta y Jujuy prácticamente "bolivianizadas" en todo sentido; con una Tucumán más empobrecida, con un tránsito caótico, que me recuerda a no pocas localidades peruanas; con la plaza de San Salvador de Jujuy, en las propias narices del Gobernador Morales, tomada por Milagro Sala y su red de organizaciones parasitarias del Estado y por supuesto, con el adicional turístico de la Quebrada de Humahuaca, pero más por interés propio de los extranjeros, que por apoyo estatal argentino. Sin rutas apropiadas, sin autopistas, sin infraestructura de higiene o con la misma de hace 40 años, el fenómeno demográfico no es desdeñable. Demasiada migración interna a Buenos Aires, mucha migración boliviana allí mismo, crecimiento del número de hijos -el único lugar en Argentina donde vi corretear a niños en los supermercados, por doquier- y mucho empleo público -se advierte por la cantidad de ofertas de tarjetas de crédito locales y préstamos a ellos y jubilados provinciales-.
Hoy, Macri realiza anuncios estratégicos para la zona desde Jujuy. Era hora. Era tiempo de que la elite argentina se tome en serio el problema del norte, sino quiere encontrar explosividad en el largo plazo pero sobre todo, si quiere integrar realmente a esa porción de Argentina cada vez menos argentina.
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