El rotundo triunfo ayer del "No" a la propuesta del Eurogrupo en el referéndum convocado por el Premier Alexis Tsipras la semana pasada, para forzar una nueva y diferente negociación con alemanes y cía, puede tener múltiples lecturas. Por un lado, puede ser mirado en términos morales y nostalgiosos de un mundo que ya no existe, como un "triunfo de la dignidad y la soberanía griega en un contexto de historia democrática milenaria" o, en términos más idealistas pero modernos, como "una reivindicación contra el imperialismo financiero de Bruselas y Berlín". Desde otro ángulo, el económico, más duro, como una especie de nueva extorsión a la que somete Alexis Tsipras a Alemania y el resto del Eurogrupo, yendo mañana a Bruselas a negociar ya ahora con el respaldo de la mayoría de los griegos, forzando un "sí" a las exigencias helénicas. En el medio de ello, puede interpretarse la eyección de Varoufakis del Ministerio de Finanzas y su reemplazo por Tsakalotos, un profesional formado en la cuna europea más rancia, como una señal más de aquella jugada. En cualquiera de los dos casos, la elite griega -y por consiguiente su pueblo-, pueden estar realimentando una fantasía innecesaria, que les hará perder mucho más tiempo del perdido ya y dificultándoles la salida tan deseada a la crisis.
Ocurre que Grecia está encerrada en su propio laberinto. Más allá de imaginar también una posible ayuda rusa en caso de salir del euro, o de la posibilidad de un contagio masivo a Europa, sobre todo, la meridional y la del este, las regiones más vulnerables, que los consuele y aumente su valoración ante Bruselas, resulta claro que nada de ello, les evitará la corrección necesaria que deben afrontar. Si Grecia pretende ser viable económica, política y socialmente, en el futuro, deberá realizar un fenomenal ajuste, con o sin Bruselas, con o sin Moscú, con o sin euro. Además, deberá hacerlo sin paracaídas: no hay soja, no hay gas, no hay petróleo, apenas turismo -y europeo, con euros-. Entonces, cualquier fantasía que ellos imaginen o les hagan imaginar al resto del mundo, excepto los duros banqueros y tecnócratas europeos, que precisamente han pecado de demasiado blandos en el pasado con Grecia, será sólo eso: ficción.
No descarto que mañana se reanude un nuevo ciclo de la negociación con Bruselas, que Francia insista en convencer a Alemania para que ceda y Atenas, una vez más (la enésima) intente salirse con la suya, mientras en el Kremlin haya alguien que persista en disfrutar de este trance que viven sus vecinos -aunque al mismo tiempo, quiera desligarse de cualquier compromiso futuro con un quebrado como Grecia-. Pero también Tsipras debe ser conciente que el reloj corre en su contra. Cada día que pase y cada semana que transcurra, el pueblo griego sigue afrontando su ajuste en cuotas: privaciones, escasez, cadena de pagos rota, dificultades para pagar sueldos o pensiones, etc. Cabe interrogarse sobre la "dignidad" de dicho proceso silencioso pero inexorable.
Todo ello tal vez lo obligue a sentarse, aceptar, autocondicionarse, comunicar el sentido de dicho sacrificio y seguir en Europa y el euro, con el "No" de ayer tan simbólico como el "No" griego a Mussolini y Hitler -Atenas fue ocupada-. Pero tampoco puede descartarse que Berlín no ceda y deje caer a Grecia en su propia telaraña. Allí Tsipras deberá responsabilizarse ante su pueblo que ayer festejaba el respeto de su "dignidad". Deberá oficializar que volvió de Bruselas con las manos vacías, que Grecia está librada a su suerte y aún volviendo a la soberanía del dracma, no podrá evitar el drama de un ajuste mayor aún, ya sin red de contención alguna.
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