EDUARDO LEVY YEYATI
“Creo que se exagera el peso de la herencia de Cristina”
Para el titular del Cippec, hay problemas importantes pero subsanables. Opina que el país necesita políticos “que no sean seguidores de encuestas”.
Por Adrián Simioni, La Voz del Interior, Córdoba, 9/3.
El próximo Gobierno argentino ¿recibirá una bomba y está condenado de antemano a saltar por los aires o tendrá la oportunidad de pasar a la historia cambiando las condiciones más perniciosas que dejará la presidenta Cristina Fernández? Para muchos, es la pregunta del millón. Y las respuestas, obviamente, no son unívocas.
Aunque crítico de la actual administración, el economista Eduardo Levy Yeyati está en el equipo de los optimistas. Y sobre esto mantuvo una extensa charla con La Voz del Interior.
Levy Yeyati es uno de los economistas más prominentes de la Argentina. Y de los más polifacéticos (empezando por el hecho de que su título de grado es el de ingeniero y siguiendo por el hecho de que tiene dos novelas publicadas). Todavía no llegó a los 50 pero ha sido director de Estrategia de Barclays Capital, economista jefe del Banco Central luego de la caída de la convertibilidad, asesor de los principales organismos financieros internacionales y hoy preside el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), tal vez el mayor think-tank argentino. Además, es profesor de Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard y de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella. Respondió a esta larga entrevista mientras se encontraba en Kazajistán, para asesorar la política monetaria y cambiaria de ese país, algo que ha hecho con varios países del mundo.
–El candidato que gane en octubre tiene las mejores probabilidades en décadas de pasar a la historia ¿podría explicar por qué?
–Hay varias razones. Primero, las expectativas: siempre pensé que eso de que en chino crisis se escribe igual que oportunidad (no es cierto) se refiere a que el fracaso genera demandas de cambio que, de otro modo, son difíciles de imponer. Por otro lado, tenemos que reescribir el modelo de desarrollo. El que tenemos, un híbrido costoso de subsidios cruzados y sustitución de importaciones, no funciona en el mundo que se viene. Pero el país tiene los insumos necesarios para dar ese giro, y la capacidad financiera para sostener la transición. Por último, después de 30 años en los que fracasamos imitando la socialdemocracia y el populismo (neoliberal en los ‘90, estatista en los 2000), el nuevo gobierno tendrá libertades para redefinir y refrescar la métrica con la que evaluamos las políticas.
-También dijo algo significativo: "Espero que los candidatos lo entiendan". ¿Cree que alguno de ellos podría estar jugando a perdedor? ¿O se refiere a que, si entienden este punto, perfilarán mejor sus objetivos y métodos de gobierno?
–Nadie juega a perdedor en política. Me refería a que veo demasiada preocupación por la herencia de lo coyuntural, el cepo, la inflación, los holdouts, el déficit fiscal. Y cierto conformismo del tipo: "Si logro sobrevivir los primeros dos años, misión cumplida". El desafío, y la oportunidad, es sentar las bases para crecer no los primeros dos años sino los siguientes 10.
-La confianza en que el próximo gobierno tendrá buenas chances de éxito contrasta con lo que parece una idea predominante contraria: Cristina Fernández está dejando una bomba de tiempo ¿No hay bomba?
–No. Hay problemas importantes pero subsanables. Creo que se exagera el peso de la herencia, del mismo modo que el año pasado se exageraba la inminencia de una crisis. Tal vez la necesidad proselitista de abrir el paraguas termina convenciendo a los actores de que efectivamente estarán muy condicionados para pensar el futuro. Espero que los candidatos entiendan que esto no es así, que hoy es el momento de ser ambicioso.
-Propongo una lista bastante larga de cuestiones para que me puntualice en qué medida cada uno de esos puntos podría comerse el capital político de un futuro gobierno. Empecemos por los subsidios a los servicios públicos y el consiguiente déficit fiscal.
–Puede costar políticamente en la medida en que se aplique una política de shock que se vaya de las manos, castigando innecesariamente a quien no puede pagar, y exponiéndose a la judicialización, como en intentos pasados. Me inclino por un ajuste selectivo y gradual; creo que hoy es imposible eliminar de cuajo los subsidios.
–Dependencia de financiamiento en pesos del Banco Central.
–No veo impacto político. Desde 2002, el BCRA emite deuda para el Tesoro, es decir, presta pesos al Tesoro y luego los vuele a sacar emitiendo sus Lebac. Las Lebac podrían ser inmediatamente reemplazadas por Letras del Tesoro, si el gobierno no insistiera con la bandera del desendeudamiento, a estas alturas, un invento. Entonces, no hay tal dependencia del Central; lo que hay es un déficit fiscal de 4.5 por ciento del PBI. ¿Es financiable? Creo que con una corrección menor (por ejemplo, un recorte selectivo de subsidios), sí, en el corto plazo. En el largo, las cuentas fiscales sólo cierran con crecimiento.
–Insuficiencia de dólares del Banco Central para seguir pagando deuda pública externa y para permitir un correcto funcionamiento de varios sectores económicos.
–No creo. Esta es una fantasía recurrente que incluso llevó a algunos a imaginar crisis y elecciones anticipadas. Pero la idea de que Argentina tiene que pagar toda su deuda en efectivo y con reservas es un relato kirchnerista fruto de su autoexclusión financiera: nadie espera que un país o una empresa repague todo al vencimiento. Además, la deuda en dólares, aun sumando juicios pendientes, no es alta en relación al PBI. Y es financiable, con emisión o, idealmente, con dólares de inversiones privadas, que son la principal fuente de divisas de la región.
–Default in progress con mercados internacionales de deuda cerrados.
–No creo que un acuerdo con los holdouts impacte en el capital político del gobierno, sobre todo si se incluyen un plazo prudente y una quita sustancial. Me parece que la gente entiende que el error ya se cometió y que hoy el acuerdo es un paso ingrato pero necesario para salir del bloqueo financiero y la estanflación. Dicho esto, hoy los mercados de deuda no están cerrados, tal como muestran las emisiones recientes de YPF y la ciudad de Buenos Aires. Lo que hay es un juicio en los Estados Unidos con alcances que el juez tiene problemas en definir, que puede comprometer la colocación de deuda soberana en el exterior. Bien asesorado, el gobierno podría hoy emitir a una tasa de un dígito; lo hará el año que viene, a un costo bastante menor.
–Gestiones estatales escabrosas: Aerolíneas, Aysa, Trenes del Amba, por dar sólo algunos ejemplos.
–Todos temas delicados políticamente, sobre todo para un gobierno no peronista, porque se reproduce una situación similar a la de la década de 1980, con empresas inviables o mal administradas pero difíciles de privatizar o racionalizar.
–Una población, en particular la del Amba (Capital Federal y conurbano bonaerense), de enorme poder político y mediático, sobre la que debería recaer el mayor peso de cualquier ajuste, dado que fue por lejos la más privilegiada frente a una población del interior dispersa, débil y sin peso político.
–Depende de la calidad del ajuste. Si se lo hace de manera selectiva y se lo comunica bien, la clase media urbana protestará, pero tiene capacidad de absorberlo y se verá beneficiada por la recuperación de la actividad y la menor inflación. Creo que todos somos conscientes de la injusticia de la política de subsidios de los últimos años.
–Pérdida de competitividad de numerosos sectores, incluso del agro, con un mercado laboral privado en la cuerda floja.
–Estos son problemas más graves, que exceden a la coyuntura. El mayor desafío de Argentina no es crecer en 2016, año del rebote, sino recuperar competividad, tanto de precios con una reducción del atraso cambiario, como productiva, con inversión, calificación e innovación. Esto es fácil decirlo pero para darte precisiones necesitaría varias páginas. Dejame sólo decir que el proceso, aun si es exitoso, lleva mucho tiempo. Salir del estancamiento de la economía real, más que la herencia coyuntural, es el verdadero desafío del próximo gobierno. Resolviendo la coyuntura tal vez el gobierno gane alguna elección; resolviendo el problema de desarrollo, ganamos un futuro.
-¿Cristina no está jugando a perder? Para muchos, sería su jugada más racional: no habría un presidente peronista con presupuesto para manotearle o hegemonizar el PJ; los altos costos políticos de cualquier futura gestión serían pagados por una gestión con relato distinto al nac&pop; tras el desgaste inevitable de ese gobierno,vuelve el relato K, invicto.
–No lo sé, ni me parece relevante. El próximo gobierno dependerá de sus resultados. Si sale a la cancha pensando en limitar los costos políticos defendiendo el cero a cero, corre el riesgo de hacer de menos y perder en la comparación con los promedios kirchneristas. Sólo sirve salir a ganar, y esto hoy en Argentina significa superar al kirchnerismo, dar un salto hacia adelante en cuatro años.
-Si no fuera así, sería la primera vez que un gobierno con relato no peronista tiene una gestión exitosa. Podría ser una bisagra en la Argentina, ¿no?
–Interpreto que te referís a un eventual triunfo de Macri. Sí, creo que esto sería un cambio político cualitativo, que podría despejar la creencia de que a la Argentina sólo la gobierna el peronismo (que creo refleja sobre todo los problemas de gestión del radicalismo). O confirmarla. De ser exitoso, podría inaugurar un nuevo bipartidismo, con el PRO y el radicalismo emulando la por ahora exitosa Concertación chilena.
-En un artículo para "El Cronista" planteó cuestiones de fondo: la inversión física que nos comimos estos años y que está en rojo; la pobreza educativa; el franciscanismo institucional y el insumo intangible del liderazgo (el de verdad, no el comprado con la billetera del Estado). ¿Qué podría hacer un próximo gobierno al respecto? ¿Le recomendaría avanzar en esos frentes o, en cambio, preparar a la sociedad para que se puedan encarar con planes ambiciosos/sólidos/consensuados de largo plazo?
–Estoy escribiendo un libro para contestar esa pregunta, que es difícil resumir en unas líneas. Yo le recomendaría avanzar en todos estos frentes, algunos interconectados. Por ejemplo, la experiencia de Colombia o Basil muestra que la infraestructura necesita no sólo un plan y dinero privado para financiarlo, sino un Estado operativo que gestione, regule y supervise. Y qué decir de la educación, escencial en el nuevo modelo de desarrollo, donde perdemos terreno cada año que pasa. En cuanto al liderazgo, necesitamos un político que no sea un seguidor de encuestas, que se anime a perder imagen al comienzo para ganarla al final, que genere nuevos consensos, que prepare a la sociedad para el largo camino del desarrollo. Y espero lo mismo del sector privado, hoy relegado a un rol de observador resignado u oportunista. Las creencias y las instituciones son ejercicios de coordinación, para modificarlos hace falta liderazgo.
-¿Qué haría con el Banco Central? ¿Va a pasar mucho tiempo antes de que pueda dejar de ser una muleta del Poder Ejecutivo?
–El Banco Central, así como el Indec, deben ponerse a punto ya en enero de 2016. Un programa monetario con pautas de inflación en base a un índice de precios al consumidor creíble tiene que ser aprobado en el Congreso en marzo, para guiar las negociaciones salariales. Esto es escencial para bajar la inflación sin enfriar la economía. El trámite requiere velocidad, capacidad técnica y mucho trabajo, pero creo que la secuencia puede planearse al detalle en 2015, e implementarse rápidamente tras la asunción.
-¿Se animaría a ser ministro de Economía de un futuro gobierno? ¿o presidente del BCRA? ¿Le recomendaría a un amigo que lo fuera o sería mandarlo a la silla eléctrica?
–Contra lo que la gente cree, las decisiones económicas no son del economista sino del político elegido por el voto. El economista sugiere y el político decide. Entonces, la decisión de asumir un cargo público no depende de cuestiones técnicas o anímicas sino de la coincidencia con el político y de su apoyo en los momentos conflictivos. Por ejemplo, cuando en junio de 2001 me llamaron para asumir como economista jefe del Banco Central, no coincidía con el objetivo de sostener la convertibilidad y rechacé el convite; cuando, seis meses más tarde, me llamaron para flotar la moneda evitando la dolarización o la hiperinflación, dije que sí. Lo mismo ahora.
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