Finaliza mayo, prácticamente el primer semestre de gobierno de "Cambiemos" y bien podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, en esta política vertiginosa que vivimos en esta era postmoderna, que se verifican tres etapa con límites entre una y otra, bastante definidas.
La primera, desde la inauguración del mandato de Macri, fue muy elocuente en términos gestuales (la primera conferencia de prensa, la sencillez y formalidad de los actos, las reuniones de gabinete, los viajes al exterior de Macri con Massa y Scioli), tremendamente dinámica en decisiones (el tipo de gabinete elegido, la asunción inmediata de errores, como ocurrió en la SPU del Ministerio de Educación, el primer acuerdo con los gobernadores, foto mediante en Olivos, etc.) y lo más importante, la contundencia y eficacia de la ejecución de algunas políticas públicas de mucha relevancia, que requerían urgencia (levantamiento del cepo cambiario y devaluación, eliminación de retenciones, el sinceramiento del cuadro tarifario, etc.). Hubo algunos "gaffe" como el nombramiento por comisión, de Rosenkrantz y Rosatti como miembros de la Corte Suprema de Justicia, apelando a un mecanismo legal pero un tanto ilegítimo, previsto en la Constitución, lo cual generó la lógica diatriba de ejecutivismo rayano al autoritarismo, al igual que la rápida detención de la dirigente social ligada al kirchnerato, Milagro Sala en Jujuy y el uso de algunos decretos presidenciales, justificados por el carácter semifallido en el que estaba la Provincia de Jujuy a comienzos del año y el nombramiento de nuevos funcionarios o la puesta en ejecución de la nueva administración, respectivamente.
La segunda etapa, sin bisagras demasiado claras, se inicia con la fría visita protocolar de 22 minutos -por elección del propio Gobierno- al Papa Francisco -compensada con las giras de Obama, Hollande y Renzi a Buenos Aires- y continúa con los primeros embates legislativos que sufre el gobierno. El acuerdo con los holdouts, es uno de los grandes éxitos de este gobierno y recién en el mes de abril, se vería consumado, pero requirió de una delicada ingeniería consensual con parte de la oposición, sobre todo el massismo y el kirchnerismo disidente, lo cual sonaba lógico, al considerar la minoría legislativa con la que cuenta Macri. A partir de una propuesta del senador rionegrino kirchnerista Pichetto, ya empezaba a discutirse por aquellas semanas, la necesidad de formalizar algo a lo que se negó sistemáticamente el gobierno: un gran acuerdo político de largo plazo, entre oficialismo y oposición sobre una agenda común. Sin embargo, esta segunda etapa tendría su primer gran exponente en la judicialización de la política, que implicó la causa Lázaro Báez, la presentación de Cristina Kirchner ante la justicia y su regreso a Buenos Aires, tras un cuatrimestre de ausencia y las manifestaciones de apoyo de sus simpatizantes. El segundo factor que caracterizó a esta segunda etapa fue el reacomodamiento sindical y peronista frente a Macri. La insólita -por lo ilógica- ley antidespidos en la que confluyeron peronistas (massistas y K) y sindicalistas, motivaría el veto presidencial, hasta ahora y tal como anticipara el núcleo asesor duro del macrismo, sin costo político. En cualquier caso, el costo político, lo estaba pagando el gobierno en otros ámbitos: la aparición de Macri en los llamados "Panama Papers"; las protestas callejeras, políticas como las de Cristina, las sindicales y las no sindicales, incluyendo las contrarias a la presencia de Uber, sin que tuviera eficacia alguna, el nuevo protocolo antipiquetes, el panorama inflacionario, complicado porque abril y mayo fueron los meses donde más repercutieron los tarifazos de enero, etc. En esta segunda etapa, la más difícil del gobierno. todas aquellas virtudes iniciales se transformaron en defectos: "el gobierno tiene una mala comunicación o carece de política, es demasiado técnocrático y frío"; "no moviliza a nadie"; "le cedió toda la iniciativa política a la oposición"; "la resucitó a CFK"; "no opera sobre los jueces y entonces, éstos manejan la agenda de la lucha anticorrupción", "estallaron las internas entre Marcos Peña y los demás en el gobierno", "Cambiemos no fabrica sueños y su única expectativa es la mejora del segundo semestre", etc. Sobre el punto de la supuesta cruzada contra la corrupción, Brasil es el espejo donde mejor no mirarse, porque queda claro ahora que los efectos de una guerra así, pueden arrastrar a todo el sistema político.
La tercera etapa, parece haber empezado esta semana. Todo lo anterior puede ser cierto pero la presencia masiva de Jaime Durán Barba y su heterodoxa visión respecto a la política tradicional y sus carencias o debilidades, en los medios de comunicación, con gestos oficiales como la celebración austera y sencilla del 25 de Mayo, demuestran que el gobierno responde a las críticas con más budismo zen: las ignora pero recalcula y sigue su camino, aunque en éste, no deja de sorprender con algo distinto. Cerró la película con los gobernadores, iniciada con la foto en Olivos, comprometiéndolos en Córdoba, mediante un pacto fiscal explícito, por el cual, Macri se compromete a pagar en cuotas la deuda fiscal generada en el kirchnerato y sentenciada por la Corte de Lorenzetti en diciembre mismo. Educación resolvió el conflicto salarial con los docentes de 58 Universidades pùblicas, que tenía en vilo a millones de alumnos y sus familias. Lanzó la campaña política de cara a las legislativas del 2017 y en ello, cobra relevancia la candidatura a senadora por la Provincia de Buenos Aires, del ariete judicialista con la que cuenta "Cambiemos", Elisa Carrió. Avaló la candidatura de Malcorra como Secretaria General de la ONU, que en caso de que se concrete (no será sencillo en virtud de las otras poderosas candidaturas), se convertirá en una contracara laica -pensando en Francisco- de proyección mundial. Hasta Macri se atrevió a enfatizar la necesidad de "cambiar" también todo el mundo que rodea al fútbol argentino, símbolo de opacidad, mediocridad e improvisación dirigencial, económica e institucional. Pero lo más gravitante, en términos de políticas públicas, es esta nueva decisión reciente de pagar la deuda de los jubilados, atada a un blanqueo de capitales -con penalidades, muy diferente al K de 2014, incluyendo una megaprivatización de acciones estatales del ANSES en empresas privadas-, todo ello a través de una nueva ley que deberá discutirse en las próximas semanas, aunque seguramente con el apoyo de la oposición -excepto detalles-. Esta decisión se enmarca en una Argentina, en la que sus ciudadanos poseen 400 mil millones de dólares declarados y no declarados dentro y fuera del país y una deuda social interna que el gobierno busca pagar a 2,5 millones de jubilados. Para un Macri al que lo ofende notablemente que lo subestimen y que odia que lo sigan identificando con "los más ricos" o insensible a las necesidades sociales, esta jugada política de largo plazo, no sólo repara deudas históricas sino que satisface debilidades de su ego.
Al observar que las críticas de la segunda etapa no construyen nada alternativo, el gobierno ahora se anima a recuperar el terreno. Lo hace en soledad, sin pactos políticos de envergadura, excepto los coyunturales (por ejemplo, la de los gobernadores en estas horas, con el proyecto de ley sobre jubilados) y, como recomienda Durán Barba, en la medida de lo posible, lejos del peronismo.
La presencia de etapas en tan poco tiempo, demuestran la imposibilidad de pensar un gobierno hermético, uniforme, monocorde y puramente racional; por el contrario, aún en un gobierno tecnocrático y postmoderno como el del Frente Cambiemos, que entusiasma o moviliza poco, gobernar conlleva necesariamente altibajos o vaivenes, no sólo respecto a la opinión pública, sino en el propio proceso decisorio (la formulación y ejecución de políticas públicas).
Mientras tanto, la sociedad argentina atraviesa un baño de realismo: una cosa es votar "el cambio" y otra, muy diferente, es vivirlo y afrontar sus costos. Esa es la verdadera pulseada que experimentamos hoy: hasta qué punto, queremos cambiar y "atravesar el Rubicón" para revertir la decadencia y pasar al umbral del desarrollo, como ningún otro país latinoamericano.
La presencia de etapas en tan poco tiempo, demuestran la imposibilidad de pensar un gobierno hermético, uniforme, monocorde y puramente racional; por el contrario, aún en un gobierno tecnocrático y postmoderno como el del Frente Cambiemos, que entusiasma o moviliza poco, gobernar conlleva necesariamente altibajos o vaivenes, no sólo respecto a la opinión pública, sino en el propio proceso decisorio (la formulación y ejecución de políticas públicas).
Mientras tanto, la sociedad argentina atraviesa un baño de realismo: una cosa es votar "el cambio" y otra, muy diferente, es vivirlo y afrontar sus costos. Esa es la verdadera pulseada que experimentamos hoy: hasta qué punto, queremos cambiar y "atravesar el Rubicón" para revertir la decadencia y pasar al umbral del desarrollo, como ningún otro país latinoamericano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario