Primero, y como suele ocurrir con los fenómenos
postmodernos, “líquidas”, de poco sustancia y fácilmente evaporables, el “Je
suis Charlie” apenas producida la tragedia de París, se globalizó virtualmente.
Después, la persecución y muerte de los terroristas y finalmente, las
manifestaciones multitudinarias, más importantes que las islamofóbicas de
Alemania organizadas en las últimas semanas. Pero a pesar de que parecen muchos
quienes están de ese lado, también somos numerosos, aunque silenciosos, quienes
en nuestro Occidente, aun condenando severamente los atentados, elegimos la
autocrítica. Tal vez, la razón radica en que priorizamos la convivencia social en libertad –y
no al revés-, advirtiendo que, en esta atmósfera hostil y por el camino de la
diferenciación y la respuesta militar o coercitiva al terrorismo, Occidente
corre el riesgo de profundizar sus
equivocaciones históricas.
Precisamente, empezando el relato histórico, tras haberse
evitado el holocausto nuclear con el fin de la Guerra Fría, Occidente se empeñó
en modificar, desestabilizar y hasta trastornar el delicado y precario dominio
de fuerzas presentes en la Península Arábiga y Medio Oriente, mientras se producía
un lento pero persistente proceso de islamización de su aliada Europa, que había
empezado con la entrada turca a Alemania en los cincuenta, tras la II Guerra.
En efecto, fue en 1990, cuando Estados Unidos diseñó una
coalición de países aliados para castigar y desalojar a Saddam Hussein de su
invadida Kuwait, casi toda Occidente aprobó tal comportamiento de Bush (padre).
Eran tiempos de euforia fukuyamesca, en las postrimerías de la Guerra Fría y en
ese contexto, todo lo que se hacía para disciplinar al viejo mundo, independizado
en los sesenta pero atrasado y reacio aún a Occidente, era bienvenido y
justificado.
Cuando once años más tarde, en respuesta a los atentados
del 11S, volvió Estados Unidos a reaccionar contra los asesinos, impactando una
vez más sobre la Irak de Saddam, ya para derrocarlo y también sobre la Afganistán
del talibán, arguyendo –y mintiendo- sobre los vínculos con Al Qaeda y la
presencia de armas de destrucción masiva (AMD). En esa fase, el consenso
mundial, por muchas razones, fue menor pero aun así, las acciones y el
experimento democratizador (infructuoso) posterior, pudieron plasmarse. Por otra
parte, fue el único y efìmero momento (2001-2004)
de cierta coincidencia entre Estados Unidos y Rusia, luego roto por una serie
de episodios menores y la crisis ucraniana del año pasado.
Los atentados de Londres y Madrid, fueron junto a otros,
en Asia y Oceanía, secuencias de la misma guerra desatada pero en todos los
casos, la violencia del enemigo fanático islámico fue condenada y Occidente toleró
para su propia desgracia, una restricción enorme de sus libertades públicas,
cuando no, conflictos por espionaje oficial, entre los mismos aliados, en todo
el 2013.
Ya en esta década, verificados los fracasos de Irak y
Afganistán por el elevado costo civil y la feudalización del poder, como efecto
lejano e indeseado de aquéllos, con la anuencia de Occidente, se produjo la “Primavera
Arabe”, sólo relativamente exitosa en Túnez, pero igualmente disgregadora con
el actual caos de Yemen -donde se gestó el atentado de París-, el golpe egipcio a la Hermandad Musulmana, las incursiones francoamericanas en Libia –para
derrocar a Khadaffy- y Siria –para desalojar a Bashir Al Assad-. El producto
final fue mayor anarquía, drama humanitario y Estados fallidos por doquier, lo cual
favoreció aún más los planes del terrorismo, vía ya no sólo Al Qaeda, sino también
con ISIS, cuyo objetivo territorial era el retorno al califato y, otros grupos
menos conocidos. El consenso ya era mucho menor que hace dos décadas y pocos ya
escuchan o creen las razones de los líderes occidentales que se abrazaban el
domingo en las calles de París.
Todo este proceso de 25 años simbolizó el marco para las
excusas perfectas que los terroristas postmodernos –como los llama Walter
Laqueur- encuentre para justificar su estrategia de infundir miedo y empezar a ganar
esta guerra asimétrica contra las sociedades abiertas. “Pisar suelo sagrado”, por
parte de los Marines, según Fouad Ajami, advirtió Bin Laden, formado en Afganistán por la misma
CIA en la lucha con los mujaiidiin contra los soviéticos, fue una violación intolerable.
Las viñetas danesas, continuadoras de la burla de Salman Rushdie con sus “Versos
Satánicos”, las nuevas invasiones de territorios sagrados, las imposiciones y exhibición
de nuestra cultura occidental como superior, se fueron tornando cada vez más
agraviantes y lesivas para una cultura, la islámica, poco tolerante a lo
diferente, como casi todas las culturas. Contó con dos aliados estructurales, la globalización
y las nuevas tecnologías que el propio Fukuyama, aunque hoy nadie lo recuerde, había
anticipado, ayudarían a estos fanáticos premodernos. A ello se agrega la
demografía, que, como había sugerido Huntington en “Choque de civilizaciones” a
principios de los noventa, para “aguar la fiesta” de Fukuyama, jugaba y juega
en contra de Occidente, aunque pocos prestaron atención a ese hecho. Putin advirtió a
Occidente de su error en Siria pero todos quisieron matar al mensajero.
Dejando atrás la historia y yendo al plano de los
valores, también Occidente allí lleva las de perder. El bando de “Je suis
Charlie” reivindica la libertad de expresión por encima de todo y la
superioridad moral de Occidente, enfatizando a lo Voltaire, el valor de la sátira
y el buen humor y enrostrándole a los islamistas, su atraso e intolerancia. El
problema es que los mismos islamistas han buscado a Occidente para vivir, lo
han elegido como cuna para el progreso de sus hijos y nietos y han tolerado y
siguen haciéndolo, sus reglas, sus normas y convivencia, con excepción de unos
pocos. Al Yazeera misma, es una demostración que el mundo islámico también
reivindica la libertad de prensa.
Que Occidente reaccione ahora con persecuciones u
hostilidades generalizadas, y como afirma Manuel Castells, optando por un
camino de “israelización”, se parapete en un muro defensivo, resecuritizando su
agenda, cerrando sus fronteras o haciendo imposible la vida a los inmigrantes, nos
igualará a los terroristas que decimos combatir. Desde 2001, ya hemos soportado
restricciones enormes a las libertades civiles en nombre de la guerra contra el
terrorismo.
En el plano moral, tampoco Occidente es percibida como
una cultura ejemplar. Sus viejos principios liminares al generalizarse, se han
banalizado y hasta opacado. El feminismo, el aborto, el consumo de drogas, la
homosexualidad, el avance de la secularidad extrema, de la cual, la
transexualidad, publicitada como nunca incluso en Hollywood, son fenómenos que
son percibidos, entre musulmanes pero también entre ortodoxos y budistas, como
denigrantes y dañinos para la propia naturaleza humana. Como la filosofía
elegida por los gobiernos europeos en su mayoría, el multiculturalismo no ha
dado resultados, la integración social ha sido ficticia, los inmigrantes
musulmanes, si bien no pocos han ascendido a la clase media, siguen hacinados
en ghettos y la amenaza de la extrema derecha reaccionaria, es permanente sobre
ellos.
En el interín, el Islam deberá aislar a sus violentos,
marginarlos, elevar el papel protagónico de sus líderes de la sociedad civil,
no sólo clérigos, sino académicos, intelectuales, mujeres, etc. Lo deberá hacer tanto en Medio Oriente y
Africa como en la propia Europa, la cual también está urgida por permitir o no
el ingreso de Turquía a la UE, lo cual sería un cataclismo para la
institucionalidad europea.
En esta evolución, Charlie Hebdo está lejos de ser un
nuevo héroe de la libertad, porque cometió un nuevo grave error. La provocación,
la ofensa o blasfemia, pueden ser tolerados en nuestro mundo, hasta cierto
punto, incluso y frente al poder político, demostró su eficacia, pero no en otros mundos y mucho menos, contra ellos. Necesitamos menos
Voltaire y Locke y mucho más Kant y Arendt.
Huntington nos aconsejó prudencia, moderación, la
conformación de alianzas inteligentes (por ejemplo, con Rusia y China) y sobre
todo, el diálogo interreligioso que aísle a los violentos. Sería interesante
seguir sus consejos, muy lejanos a la creencia común de una nueva Cruzada
contra el Islam o nada que se le parezca. En cambio, si Occidente, a la
ofensiva, continúa por el sendero de la marginación e incomprensión de la lógica
islamista, provocando e imponiendo nuestras reglas, vamos rumbo a un conflicto
ilimitado y la derrota como civilización, perdiendo todos nuestros valores. Una
vez más, depende de “nosotros”, no sólo de “ellos”.
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