Ocurrió lo previsible en el país de Aristóteles y Platón. Seguramente, ocurrirá lo mismo en España en diciembre próximo.
Dos grandes cataclismos políticos y económicos entrelazados. Por un lado, la ruptura del bipartidismo que gobernó a los helenos, desde 1974, es decir, la alternancia socialdemócrata (PASOK)-conservadores (Nueva Democracia), introduciendo nuevos actores a la arena política, no sólo el ahora gobernante Syriza sino también la extrema derecha de Aurora Dorada, los Griegos Independientes de ANEL (a la derecha de Nva. Democracia) y los centristas de To Potami. En segundo lugar, el apoyo masivo popular, desbordando todas las previsiones cuantitativas, al programa de Syria, que promete terminar con la austeridad del último trienio, impuesta por Alemania y el Banco Central Europeo, ejecutada primero por una tecnocracia interina y luego, por Nueva Democracia. La gente hastiada del ajuste, brindó su apoyo a una coalición que tienen mucho de novedosa en los aspectos políticos pero con discursos más propios del populismo latinoamericano que de otra procedencia, aunque Europa también haya tenido sus propios populismos. Una vez más, las percepciones priman sobre las realidades pero ayudan a conformar a éstas. Los griegos, igual que los argentinos, y de manera semejante a los "Indignados" de 2010 y votantes españoles de PODEMOS, perciben hasta hoy, que han hecho demasiados ajustes estructurales como sociedad y que es hora de liberarse de ellos, que por otra parte, son impuestos "desde afuera", violando su soberanía y orgullo. Pero al mismo tiempo se niegan a reconocer, que sus sociedades y sus economías han llegado a este punto, porque por el contrario, han vivido de desajuste en desajuste, gastando más de lo que ingresaba a las arcas fiscales, con sistemas impositivos famélicos, con cargas desiguales y con nula o escasa productividad laboral. Basta ver de la manera displicente cómo se vive en las capitales de esos países, para rotundamente negar cualquier parecido con la superexigente y competitiva Alemania. Ahora, le dan un cheque en blanco a programas y políticos que les prometen vivir como siempre han vivido: desajustados, sin necesidad de esfuerzos mayores, esperando el "boom" del turismo y la renta en euros que vengan de allí, al estilo de la película "Mamma mía", de Meryl Streep. Del lado europeo, la salida posible (aún no probable) de Grecia de la eurozona, es un llamado de atención para una UE, cada vez más dividida. Primero en torno al liderazgo alemán. Lo que hizo Mario Draghi, el Presidente del BCE, hace unos días atrás, de jugar a la debilidad del euro y bajar la tasas para reactivar levemente, a la espera de las reformas estructurales que Europa, al igual que Grecia, se niega a hacer, en su propia dimensión, demuestra el desafío a Berlín. En el plano político, y esto es lo más grave, también el continente se halla enfrentado. Crecen los movimientos de extrema derecha en el norte (Francia, Holanda, Noruega, Gran Bretaña, Suiza, Austria, Hungría, la propia Alemania), fogoneados o no desde afuera (Rusia?), dada la realidad de mayor inmigración ilegal, mayor terrorismo, mayor incertidumbre pero sobre todo, una enorme esclerosis macroeconómica. En gran medida, el futuro de la UE depende de Alemania y la ilusión de unos pocos, como Polonia, los Bálticos y algunos Estados más de Europa del Este, que han visto cómo los ha favorecido su inserción allí, a partir de los propios deberes hechos por sus gobiernos. Pero el resto no comparte esos beneficios y así, el consenso intraeuropeo está fallando una vez más. No por Grecia. Debe entenderse que Europa llegó a este punto, porque fue liberada en todo sentido por rusos y americanos en 1945. A partir de allí, pudo recuperarse económicamente, democratizarse e integrarse. Los tiempos han cambiado y mucho, el contexto no es el mismo, ya no hay Guerra Fría, ya no existe una Estados Unidos que sea la mitad del PBI mundial y que pueda volcar su Plan Marshall ni tampoco la amenaza soviética que incentive a la convergencia, ni siquiera los liderazgos de la talla de Adenauer, Schumann o Monnet. Deberá rediseñarse bajo otros factores o dejar de existir, si se niega a ajustar el bienestarismo o, dejar que cada país, sólo, lo "haga a su manera", aún suicidándose. Como Grecia.
Dos grandes cataclismos políticos y económicos entrelazados. Por un lado, la ruptura del bipartidismo que gobernó a los helenos, desde 1974, es decir, la alternancia socialdemócrata (PASOK)-conservadores (Nueva Democracia), introduciendo nuevos actores a la arena política, no sólo el ahora gobernante Syriza sino también la extrema derecha de Aurora Dorada, los Griegos Independientes de ANEL (a la derecha de Nva. Democracia) y los centristas de To Potami. En segundo lugar, el apoyo masivo popular, desbordando todas las previsiones cuantitativas, al programa de Syria, que promete terminar con la austeridad del último trienio, impuesta por Alemania y el Banco Central Europeo, ejecutada primero por una tecnocracia interina y luego, por Nueva Democracia. La gente hastiada del ajuste, brindó su apoyo a una coalición que tienen mucho de novedosa en los aspectos políticos pero con discursos más propios del populismo latinoamericano que de otra procedencia, aunque Europa también haya tenido sus propios populismos. Una vez más, las percepciones priman sobre las realidades pero ayudan a conformar a éstas. Los griegos, igual que los argentinos, y de manera semejante a los "Indignados" de 2010 y votantes españoles de PODEMOS, perciben hasta hoy, que han hecho demasiados ajustes estructurales como sociedad y que es hora de liberarse de ellos, que por otra parte, son impuestos "desde afuera", violando su soberanía y orgullo. Pero al mismo tiempo se niegan a reconocer, que sus sociedades y sus economías han llegado a este punto, porque por el contrario, han vivido de desajuste en desajuste, gastando más de lo que ingresaba a las arcas fiscales, con sistemas impositivos famélicos, con cargas desiguales y con nula o escasa productividad laboral. Basta ver de la manera displicente cómo se vive en las capitales de esos países, para rotundamente negar cualquier parecido con la superexigente y competitiva Alemania. Ahora, le dan un cheque en blanco a programas y políticos que les prometen vivir como siempre han vivido: desajustados, sin necesidad de esfuerzos mayores, esperando el "boom" del turismo y la renta en euros que vengan de allí, al estilo de la película "Mamma mía", de Meryl Streep. Del lado europeo, la salida posible (aún no probable) de Grecia de la eurozona, es un llamado de atención para una UE, cada vez más dividida. Primero en torno al liderazgo alemán. Lo que hizo Mario Draghi, el Presidente del BCE, hace unos días atrás, de jugar a la debilidad del euro y bajar la tasas para reactivar levemente, a la espera de las reformas estructurales que Europa, al igual que Grecia, se niega a hacer, en su propia dimensión, demuestra el desafío a Berlín. En el plano político, y esto es lo más grave, también el continente se halla enfrentado. Crecen los movimientos de extrema derecha en el norte (Francia, Holanda, Noruega, Gran Bretaña, Suiza, Austria, Hungría, la propia Alemania), fogoneados o no desde afuera (Rusia?), dada la realidad de mayor inmigración ilegal, mayor terrorismo, mayor incertidumbre pero sobre todo, una enorme esclerosis macroeconómica. En gran medida, el futuro de la UE depende de Alemania y la ilusión de unos pocos, como Polonia, los Bálticos y algunos Estados más de Europa del Este, que han visto cómo los ha favorecido su inserción allí, a partir de los propios deberes hechos por sus gobiernos. Pero el resto no comparte esos beneficios y así, el consenso intraeuropeo está fallando una vez más. No por Grecia. Debe entenderse que Europa llegó a este punto, porque fue liberada en todo sentido por rusos y americanos en 1945. A partir de allí, pudo recuperarse económicamente, democratizarse e integrarse. Los tiempos han cambiado y mucho, el contexto no es el mismo, ya no hay Guerra Fría, ya no existe una Estados Unidos que sea la mitad del PBI mundial y que pueda volcar su Plan Marshall ni tampoco la amenaza soviética que incentive a la convergencia, ni siquiera los liderazgos de la talla de Adenauer, Schumann o Monnet. Deberá rediseñarse bajo otros factores o dejar de existir, si se niega a ajustar el bienestarismo o, dejar que cada país, sólo, lo "haga a su manera", aún suicidándose. Como Grecia.
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