La noche se prolongó en medio mundo, sobre todo, donde habita la civilización latinoamericana y la mañana sorprendió al resto, particularmente gran parte de la azorada Europa. Las mercados, sobre todo, los asiáticos, tuvieron sus primeros cimbronazos, aunque luego del discurso, más bien corto y moderado, del candidato electo, podrían calmarse. Un nuevo "cisne negro" se había producido, pero esta vez, en la potencia más importante del planeta. Como en el "Brexit", el referéndum por la paz colombiana y no pocas elecciones presidenciales y parlamentarias de este año, las encuestas que predecían triunfos rotundos de Hillary Clinton, se equivocaron, aunque los Simpsons hace 16 años, lo hayan previsto. El mundo se pone más interesante.
Qué significa el triunfo de Donald Trump? Fundamentalmente, el triunfo de la decisión y hasta la apuesta del mismo hombre de juveniles 70 años, mucho más outsider que Reagan, Fox, Piñera, Macri o Berlusconi, contra la elite, el establishment, el "círculo rojo" en un país, donde los lobbies, las empresas y los medios mostraban al menos, hasta ayer, una enorme gravitación. Una vez más, se equivocaron todos: sus ex colegas empresarios, los grandes diarios, las cadenas, los artistas de Hollywood, los ex Presidentes vivos, incluso los Bush, los partidos, tanto el oficialismo como el suyo propio, el mundo académico, etc. Hacía más de un año, comenzando esto como si fuera un juego o una especie de apuesta, se animó a presentarse como precandidato, bajó uno por uno a los otros republicanos, llegó a postularse victorioso, aunque casi todos predecíamos que ganaría Hillary más fácilmente y en los últimos meses, hasta dudamos de la fuerte y creciente paridad de las posiciones, que sorprendió a la propia candidata demócrata. Trump era el "cambio" frente a una candidata con un viejo estilo, con viejos tics, con un prontuario donde ya había demostrado qué era y cómo se había desempeñado e incluso, con viejas mañas, como la tan difundida práctica de los mails, la defensa realista de medios ilegítimos y hasta la vieja, cerrada e hipócrita actitud moral con la que defendió a su marido en el affaire Lewinsky. Además, mucha gente en la Estados Unidos profunda, la rural y conservadora, lo ve a Trump como un rico o millonario -aunque ya no tanto-, excéntrico, pero auténtico, que se parece a "uno de nosotros". Esa identificación, un mix cultural, generacional e ideológico, es realmente contrahegemónica, en el sentido de un autor argentino ya fallecido, como Ernesto Laclau, que si viviera, no podría creer que sus preceptos tan caros, se hayan reivindicado no en los países latinoamericanos, sino en la propia cuna del "Imperio", aún cuando él mismo, en sus obras, había rescatado la prosapia populista norteamericana, a través del General Andrew Jackson en el siglo XIX.
Pero también Trump es un mentís a muchas categorías, preceptos morales y estilos que fueron hegemónicos, durante las últimas dos décadas, sobre todo en el mundo occidental. De pronto, los "malos" como él llegan al poder, de la mano de la misoginia, de la crítica al feminismo, al multiculturalismo, a las uniones gays, a la inmigración latina, etc. Apoyado sólo por Rudolph Giuliani -el padre de la tolerancia cero-, Newt Gingrich -el ex Speaker de la Cámara de Representantes- y algún otro "dinosaurio" marginal del Partido Republicano, canalizó el hartazgo con los Clinton y la política tradicional, pero también con el propio Obama: el norteamericano medio simpsoniano no quiso una mujer en la Casa Blanca luego de un Presidente afroamericano, al que criticó sólo en el ámbito privado, temiendo la crítica social si lo hacía en público. Para aquellos que descreen hasta hoy que el liderazgo es una categoría antigua, lo de Trump lo revaloriza. Todavía hoy, existen personas concretas y reales, que cambian la historia, en un sentido u otro.
A nivel mundial, Trump es la consecuencia de la globalización de los noventa, la recesión de 2001, la crisis de 2008-2009 y la mala resolución estatista que conllevó. Tales episodios macroeconómicos, dejaron una abismal desigualdad social, ya desde los años setenta, haciendo añicos, el viejo "sueño americano", en un país que sólo recoge frutos positivos de la globalización en zonas tecnológicas como California pero muere en las tradicionales y otrora orgullosas de aquel mito, en Baltimore y Detroit, sin ninguna respuesta válida en los Clinton que no sea más globalización, más TPP, aún siendo ellos tributarios de un partido que fue históricamente proteccionista, más inmigración ilegal, más comercio asimétrico con China. Cabe esperar entonces una Estados Unidos más cerrada, aunque no sepamos a ciencia cierta, cómo lo financiará y lo podrá compatibilizar esa autarquía y nostalgia con el orden industrialista pre ochentas, con la asociación con China; con mayores y severos controles sobre la inmigración y como consecuencia de ello, más reacia a involucrarse en el mundo, excepto vía aliados y otros no tanto, como Rusia. Trump en la Casa Blanca es una buena noticia para Moscú, pero también para Londres, Tel Aviv, Tokio, Budapest, Damasco aunque no tanto para Beijing, Riad, Varsovia, Vilna, Riga, Berlín, Roma y París. En nuestra región, es una derrota para los Peña Nieto, los Santos -no para Uribe-, los Castro y hasta el Papa Francisco en El Vaticano.
Respecto a si, como profetizan no pocos neoidealistas, esta derrota es el fin del orden liberal de la postguerra o conllevará a un mundo más peligroso y al borde de nuevas guerras, todo está por verse. En principio, cambiarán algunas alianzas, se restablecerán otras, bajo otras condiciones, pero un Estados Unidos menos intervencionista y menos expuesto, tal vez, no sea tan mala noticia. Tal vez, ahora sí, por fin, otros tendrán que asumir nuevas o mayores responsabilidades colectivas.
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