KASPAROV Y LA MAQUINA
Por Eduardo Levy Yeyati (*), PERFIL, domingo 30 de agosto de 2015.
Gari Kasparov, vencido por Deep Blue en 1997 y convencido de la futilidad de enfrentar al hombre con programas de ajedrez con capacidad de cómputo creciente, crea en 1998 una competencia “estilo libre” donde dos maestros se enfrentan jugando “en pareja” con dos computadoras. La propuesta, inicialmente desapercibida, es retomada en 2005 por el sitio de ajedrez online Playchess.com en un torneo en el que, sorprendentemente, el ganador no es un gran maestro con una gran computadora sino dos jugadores amateurs con tres laptops. Kasparov concluye que 1 jugador débil + 1 máquina + buena interacción hombre-máquina es superior a 1 jugador fuerte + 1 máquina + mala interacción. (Y ambas combinaciones son superiores a la mejor máquina actuando sola.)
En El maestro de ajedrez y la computadora, Kasparov nos cuenta que la creciente capacidad de cálculo de la máquina difícilmente “resuelva” el juego de ajedrez (por ejemplo, anticipando al inicio que la partida termina con mate en cien movimientos). Con sus 10.120 combinaciones de jugadas, nos dice, el juego es demasiado complejo. Por otro lado, liga el resultado del torneo de Playchess.com a la paradoja de Moravec: las computadoras hacen fácil las tareas difíciles, y viceversa. Esta asimetría es la que permite una complementación hombre-máquina que supera al hombre y a la máquina por separado.
Hay otro aspecto de la historia de Kasparov que apunta en la misma dirección: no es un gran maestro el que mejor explota esa complementación, sino un amateur. Dicho de otro modo, no es el capital humano especializado el que más valor agrega a la pareja (si la máquina y el gran maestro compiten en “saber jugar ajedrez”, la máquina lo supera, lo que lo hace redundante); es el capital humano más inespecífico, flexible, adaptativo, el que potencia a la máquina.
La analogía es apenas una ilustración de un problema más complejo: el de la creciente e inevitable sustitución de capital humano (trabajo y empleo) por máquinas, robots y programas. ¿Cómo actualizar la formación de este capital humano para reducir esta sustitución, o incluso para usarla para elevar productividad laboral y salarios, conteniendo la esperable desigualdad tecnológica asociada al aumento de productividad del capital (los dueños de las máquinas)?
El futuro es, por definición, desconocido. Difícil formarse para el trabajo del futuro que todavía no existe. Pero parte de ese futuro ocurre en el presente, y permite inferir algunos patrones básicos. Por ejemplo, la flexibilidad en la caracterización de las tareas, que hace anacrónico al concepto convencional de demarcación laboral. O la “desespecialización” que, junto con una mayor rotación entre ocupaciones, cuestiona la formación tradicional de carreras largas y rígidas orientadas a “incumbencias”. A diferencia del enfoque tradicional de nuestra educación universitaria, que crea una carrera nueva para cada nueva ocupación, la formación para el trabajo del futuro tal vez deba favorecer la mezcla de disciplinas, la fertilización cruzada, estimulando las mismas aptitudes blandas (con perdón del lugar común) que hacen que dos amateurs manejen el programa de ajedrez mejor que un gran maestro.
El desarrollo es una combinación de stocks y flujos. Cuando uno habla del futuro no hay que perder de vista que ese futuro fluye en dosis pequeñas, y que el presente es en su mayor parte stock acumulado de futuros pasados. Reconvertir ese stock es una ilusión académica, muy difícil en la práctica. Por eso al cambio hay que dimensionarlo (las actividades nuevas representan una parte menor del producto y el empleo) y tramitarlo (hay que cuidar el stock).
Pero el futuro llega inexorablemente y vale la pena anticiparnos, como diría Les Luthiers, con un ojo en la Historia, otro en el presente y otro en el porvenir.
*Economista y escritor.
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