Acompañamos aquí el excelente artículo de Francisco Ruiz (Eurasianet.es):
Ucrania: un Estado fallido rumbo al abismo
El pasado 26 de agosto en Minsk los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Ucrania, Petro Poroshenko, se saludaban con evidente tensión al comienzo de la reunión de los países de la Unión Aduanera (Bielorrusia, Kazajstán y la propia Rusia) con la Unión Europea, a la que se invitó a Ucrania para abordar las consecuencias de su “Acuerdo de Asociación y Libre Comercio” con la UE, así como para avanzar en búsqueda de un acuerdo que ponga fin a los combates en curso en el Sureste del país.
Los resultados del posterior encuentro entre ambos presidentes han sido nulos, a pesar de los mensajes conciliadores. El evento coincidió con la detención de diez soldados rusos en el lado ucraniano de la frontera, y con el lanzamiento de una amplia ofensiva por parte de las milicias de las autoproclamadas “Repúblicas Populares” de Donetsk y Lugansk en la costa del Mar de Azov.
De entrada, es llamativo que la primera reunión UE-Ucrania-Rusia sobre las implicaciones del acuerdo comercial se haya celebrado en agosto de 2014, puesto que el ex presidente ucraniano Víctor Yanukovich ya lo solicitó en noviembre de 2013, al constatar que la adopción de los estándares comunitarios y el establecimiento de aranceles por parte de Moscú llevaría a su país a la ruina, dado el altísimo nivel de dependencia de su economía del mercado ruso.
El hecho es que entonces Bruselas se negó a negociar en ese formato trilateral, argumentando que Ucrania no tenía más opción que firmar el acuerdo en los términos planteados. Con respecto a todo lo ocurrido desde la caída de Yanukovich, nos centraremos en dos cuestiones: la evolución política y el desarrollo del conflicto armado.
La situación política en Ucrania
Aunque ya pertenezca al pasado, no está de más recordar que Yanukovich fue democráticamente elegido en 2010 (en unos comicios avalados por los organismos internacionales), que contaba con una sólida mayoría parlamentaria tras la victoria del “Partido de las Regiones” en las legislativas de 2012, y que había llevado a Ucrania mucho más cerca de la integración europea que cualquier presidente anterior.
Las protestas del Maidan podrían haber conducido a un proceso de regeneración nacional, con una amplia representación regional, y la tutela y apoyo tanto de la UE como de Rusia. En lugar de eso, se optó por un juego de suma cero, se aceptó el papel de partidos radicales como “Libertad”, y se bendijo el incumplimiento por la oposición de los acuerdos del 21 de febrero, a pesar de haber sido auspiciados por la propia UE.
Así, el 22 de febrero se sentaron las bases del desastre: en un país tan polarizado, la visión de las milicias del “Sector de Derechas” custodiando las instituciones oficiales, y la destitución de Yanukovich por la Rada, en un proceso de dudosa legalidad en el que no participaron muchos diputados del “Partido de las Regiones” (obligados a huir de Kiev bajo amenazas), auguraban serios problemas de futuro.
A ello se sumaron las primeras decisiones de las autoridades, como el formar un gobierno sin representación del Sur y del Este (de los 20 ministros, sólo dos procedían de esas zonas), anular la ley de co-oficialidad del ruso, dar un peso desproporcionado en la administración a los radicales, e imponer como gobernadores de Dnepropetrovsk y Donetsk a dos oligarcas, Igor Kolomoyskyi y Sergey Taruta.
Cabe recordar que Yanukovich había tenido 12,5 millones de votos en 2010, con porcentajes que superaron el 90% en el Este, y que esas personas no sólo habían visto a su presidente destituido, sino que se quedaban sin opción política por el acoso al “Partido de las Regiones” y sin posibilidad de ganar unas elecciones a nivel nacional, tras desaparecer del censo los dos millones de habitantes de Crimea.
El 25 de mayo se celebraron las elecciones presidenciales, en las que resultó vencedor con el 54% de los votos el magnate Petro Poroshenko. Se puso entonces en evidencia la poca representatividad de las fuerzas del Euromaidan: “Patria”, con Julia Timoshenko de candidata, se quedó en el 12,8% de los votos, “Libertad” obtuvo un pírrico 1,16%, y UDAR apoyó a Poroshenko a cambio de la alcaldía de Kiev.
El éxito de Poroshenko se explica porque el electorado lo percibió como un candidato pragmático, que sería capaz de alcanzar posiciones de consenso y poner fin a la violencia. Por eso triunfó en todas las regiones, pero se debe destacar que mientras la participación en el Oeste superó el 80%, en el Sur y el Este no pasó del 40%, lo que indica una clara desafección de esas zonas del proceso político.
En todo caso, el nuevo presidente carece de un grupo parlamentario propio, por lo que sus decisiones han tenido que ser consensuadas. Un ejemplo de lo inestable de la situación fue el amago de dimisión del primer ministro Yatseniuk en julio, al negarse inicialmente la Rada a aprobar la venta del 49% de la red ucraniana de gasoductos a compañías occidentales.
Por ello, Poroshenko ha convocado elecciones legislativas para el 26 de octubre, a las que concurrirá con su propia plataforma. Como prueba de lo cambiante de las lealtades políticas en Ucrania, Turchinov y Yatseniuk han anunciado que abandonan “Patria”, con Timoshenko convertida en un muñeco roto tras su derrota de mayo, para formar un nuevo partido que se coaligará con el del presidente.
En ese ambiente de incertidumbre política continúa desarrollándose la campaña militar en el Sureste, ya que Poroshenko aspira a ser el presidente que ganó la guerra, que es lo que lo exigen los sectores más nacionalistas, en lugar de ser el presidente que trajo la paz al país, que es para lo que fue elegido.
El desarrollo de la “operación antiterrorista”
Las mencionadas decisiones del nuevo gobierno, percibido como ilegítimo por muchos en las zonas rusófonas, crearon un sentimiento de exclusión que se materializó en la ocupación el 7 de abril de edificios oficiales en las regiones de Jarkov, Donetsk y Lugansk, copiando el modelo usado por el Euromaidan en el Oeste del país.
El 8 de abril las fuerzas gubernamentales recuperaron el control de Jarkov. El 15 de abril, un día después de la visita a Kiev del director de la CIA, Turchinov anunció el comienzo de una operación antiterrorista contra los separatistas. A diferencia de lo ocurrido con Yanukovich, se consideró a las autoridades provisionales plenamente legitimadas para lanzar al Ejército contra una parte de su propia población.
Los primeros intentos de retomar el control del Bajo Don fueron un fracaso, con deserciones de militares y los civiles bloqueando el avance del Ejército. El 17 de abril, las negociaciones de Ginebra entre Ucrania, Rusia, EEUU y la UE pudieron atajar la crisis, al plantearse un proceso constituyente que diese más autonomía a las regiones sudorientales, en las que la mayoría de sus habitantes son ucranianos étnicos de habla rusa que nunca habían tenido interés en independizarse.
Por desgracia, los combates se reanudaron el 22 de abril, ya que las autoridades estaban bajo presión de las milicias del Maidan, que no aceptan una solución de compromiso. El “Sector de Derechas” atajó la extensión de las revueltas a otras regiones rusófilas por el expeditivo método de quemar vivos a 42 manifestantes en Odesa el 2 de mayo, cuya muerte no despertó la misma solidaridad internacional que la de las víctimas de los francotiradores en Kiev el 20 de febrero.
La situación permaneció estancada hasta el 13 de junio, cuando Kiev recobró el control de la ciudad costera de Mariupol con la ayuda de los mineros del magnate Rinat Ajmetov. El gobierno había retomado la iniciativa, pero su ofensiva no estaba protagonizada por el Ejército, sino por la nueva Guardia Nacional, en la que se integraron las milicias, y por unidades de mercenarios financiadas por oligarcas.
En realidad, esos magnates prefieren ser cabeza de ratón en Ucrania (para seguir saqueando al país) que cola de león en Rusia, donde tendrían más competencia. Por ello el mencionado Kolomoyskyi está gastando diez millones de dólares al mes de su fortuna para mantener el batallón “Dnipro”, que incluso ha empleado para bombardear instalaciones en Ucrania de empresas rusas rivales.
A partir de ese momento el gobierno no dejó de recuperar terreno, lo que ocasionó un refuerzo de las milicias separatistas, con la llegada desde Rusia de cientos de combatientes, desde chechenos a cosacos, además de un evidente asesoramiento militar. Poroshenko decretó un alto el fuego el 20 de junio, pero las condiciones de su plan de paz eran más un ultimátum que una propuesta real de acuerdo, por lo que a finales de mes se reanudaron los combates.
El 5 de julio los separatistas perdieron la simbólica ciudad de Slaviansk. Sus fuerzas se concentraron en las grandes ciudades de Donetsk y Lugansk, en las que se aprestaron a resistir la aparentemente imparable ofensiva gubernamental. En ese marco, el 17 de julio se produjo uno de los sucesos más luctuosos del conflicto, el derribo de un avión de Malasia Airlines en el que fallecieron 298 personas.
Es complejo resumir todo lo relacionado con ese evento, pero cabe destacar que desde el principio Ucrania y Occidente culparon a los rebeldes y a la propia Rusia, aunque sin aportar pruebas concretas, y se dijo que obstaculizarían la investigación, aunque los cuerpos fueron repatriados y las cajas negras entregadas a las autoridades malasias para su análisis, de cuyo resultado por cierto nunca se ha sabido.
Tampoco nadie ha aclarado los datos presentados por Rusia sobre el desvío de la trayectoria del avión por el control aéreo ucraniano, para pasar sobre la zona de los combates, o sobre la presencia de baterías ucranianas de misiles BUK. En realidad no era necesario, porque el objetivo de crear una ola de indignación antirrusa ya se había logrado, dando carta blanca a Kiev para cualquier actuación posterior.
Y es que aunque la situación militar parecía favorable al gobierno, lo cierto es que es imposible conquistar Donetsk y Lugansk sin ocasionar gran número de víctimas inocentes. No deja de ser paradójico que el gobierno califique de terroristas a las milicias, diciendo que mantienen secuestrada a la población, y que para librarlos de ellos haya optado por bombardear las ciudades, causando la muerte de más de 2.000 civiles y la huida a Rusia de cientos de miles, según datos de la ONU.
Por su parte, Moscú realizó una arriesgada apuesta con el envío, sin permiso de Ucrania, de un convoy humanitario a la asediada Lugansk, con un doble objetivo: el interno, mostrar a los ciudadanos rusos que el Kremlin no se desentendía de la suerte de sus hermanos del Bajo Don, y el externo, mostrar que mientras Kiev bombardea a su propia población, Rusia intenta paliar la catástrofe humanitaria.
También las reacciones de Poroshenko tienen una clave interna, ya que cada vez que se produce un revés militar culpa de ello a Rusia, y otra externa, para recabar con esas acusaciones más apoyo de Occidente. Lo cierto es que Rusia no va a permitir una derrota de los rebeldes, pero para ello no necesita implicar abiertamente a sus tropas, puesto que el contraataque de los milicianos del Bajo Don las últimas semanas les ha permitido capturar una gran cantidad de armamento.
Se puede concluir que Ucrania nunca volverá a ser el país que conocimos en el pasado. Crimea está definitivamente perdida, y en el Este se presentan dos escenarios preocupantes: o un Estado independiente de facto, bajo la tutela de Rusia, o un territorio reconquistado por Kiev a sangre y fuego, con su capacidad industrial destruida y con parte de sus habitantes exiliados.
Francisco José Ruiz González
Francisco J. Ruiz es Oficial de la Armada desde 1992. En 2005-06 cursó el Máster en Estudios Estratégicos y de Seguridad del US Naval War College, en 2007-09 estuvo destinado en el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN), y en 2009-12 fue Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). Ruiz es Doctor en Seguridad Internacional desde marzo de 2013, con la Tesis “La Arquitectura de Seguridad Europea: un sistema imperfecto e inacabado”. Es profesor del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado de la UNED, miembro del Consejo Consultivo de la Fundación Ciudadanía y Valores (FUNCIVA), ha sido ponente en múltiples seminarios internacionales, y es autor de docenas de capítulos de obras colectivas y artículos en medios especializados.
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