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EL REGRESO DE EVO AL PODER EN BOLIVIA?
Elecciones en Bolivia: Luis Arce, el heredero de Evo Morales y cerebro del boom económico de Bolivia que se perfila como nuevo presidente
Redacción
BBC News Mundo
Luis Arce fue visto como "el heredero" de Evo Morales tras el anuncio de su candidatura, tuvo al expresidente como su jefe de campaña y ahora, a falta de los resultados oficiales, dos encuestas a boca de urna le señalan como ganador en primera vuelta de las elecciones de este domingo en Bolivia, con una amplia ventaja.
"Todos los bolivianos hemos dado pasos importantes, hemos recuperado la democracia y la esperanza", dijo Arce tras conocer las primeras proyecciones de resultados.
"Por nuestra parte, nuestro compromiso, de trabajar, de llevar adelante nuestro programa, y vamos a gobernar para todos los bolivianos", agregó, mientras la presidenta interina, Jeanine Áñez, reconocía que, aunque no es el cómputo oficial, la victoria de MAS se ve segura y felicitó a sus candidatos.
Una de las figuras clave por años en los diferentes gobiernos de Evo Morales, Arce es visto como el artífice de las reformas que llevaron al despegue económico de Bolivia durante los años del Movimiento al Socialismo (MAS).
Con su gestión, el país sudamericano consiguió no solo reducir su inflación y a un boom económico, sino también disminuir notablemente la pobreza.
De camino al gobierno
Nacido en 1963 en La Paz en una familia de profesores de escuela, Arce estudió Economía en Bolivia, hizo una una maestría en Reino Unido y de regreso a su país comenzó a trabajar como funcionario en el Banco Central de Bolivia (BCP), donde se desempeñó en diferentes cargos.
Junto a su trabajo en el BCB, se dedicó también a la docencia e impartió numerosos cursos en universidades de Bolivia, como de EE.UU. y América Latina, entre ellas Harvard, Columbia o la Universidad de Buenos Aires.
En diferentes oportunidades, Arce resaltó que durante todo ese periodo, entre la década del 80 y 90, mantuvo sus ideas socialistas pese a que en Bolivia predominaba el consenso neoliberal en la política y en la academia.
Por ello es entonces el académico y funcionario público formó parte de grupos de análisis político y realizó diferentes publicaciones en revistas especializadas durante todo ese tiempo.
Si bien era una persona que se declaraba de izquierda en aquel entonces, tampoco era considerado un marxista ortodoxo ni un militante comunista tradicional.
De hecho, durante esos años, fue adquiriendo y otorgándole importancia al estudio de la macroeconomía.
Luego volcaría esa experiencia e ideas en los borradores del programa de gobierno del partido que en 2005 se proponía encumbrar a un cocalero en la máxima magistratura de Bolivia.
El gobierno de Morales
Tras el ascenso al poder de Morales, fue nombrado en 2006 ministro del entonces Ministerio de Hacienda que tres años después se convertiría en el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas.
Al frente del Ministerio, Arce promovió medidas para incentivar el mercado interno, la estabilidad cambiaria y la promoción de políticas de industrialización de los recursos naturales.
Desde su puesto como uno de los ministros clave de un gabinete con muchos alfiles políticos, el economista debía preocuparse por la estabilidad macroeconómica, el déficit fiscal y la ampliación de las reservas internacionales mientras el resto de sus colegas estaban dedicados a tiempo completo a hacer frente a la grave crisis política que tuvo contra las cuerdas a Evo Morales en sus primeros años de mandato.
Pero tal vez una de sus medidas más importantes y controversiales fue una serie de "nacionalizaciones", principalmente la de los hidrocarburos cuya recuperación Arce consideró como uno de los pilares sobre los que se sustentó la economía de Bolivia en todos estos años.
El incremento de las reservas internacionales, la ampliación de la clase media y, sobre todo, la seguidilla de gestiones en las que el país quedó entre los de mayor crecimiento económico de la región provocaron que desde el gobierno de Morales se impulse la idea del "milagro económico boliviano".
Narrativa que, desde luego, era rechazada por los opositores de ese entonces y ahora por el saliente gobierno de transición de Jeanine Áñez, cuya versión de la historia pone en duda que se haya reducido la pobreza de forma real y argumenta que Arce desperdició el momento de mayores ingresos para la economía boliviana gracias a los precios altos de los hidrocarburos y minerales.
Otro de los cuestionamientos realizados es que el anterior gobierno no cumplió su promesa de diversificar la economía e industrializar los recursos naturales, sino que tras casi 14 años dejó al país igual de dependiente de las materias primas exportables.
De camino a la presidencia
Tras sufrir un cáncer de riñón, renunció al cargo en 2017, y tras una larga recuperación en Brasil, regresó a Bolivia y volvió a asumir el puesto hasta la renuncia de Evo Morales hace casi un año.
En enero pasado, el MAS lo nombró como su candidato a la presidencia (con el excanciller David Choquehuanca como compañero de fórmula) para las elecciones que se programaron inicialmente para mayo y luego fueron pospuestas para septiembre y luego nuevamente aplazadas a octubre por la pandemia de coronavirus.
Su nominación provocó cuestionamientos incluso dentro del mismo partido, por el hecho de que Arce proviene de la clase media urbana y no de las organizaciones sindicales y campesinas que componen gran parte de las bases del MAS.
En el momento de anunciarlo como candidato, Evo Morales destacó que Arce era el hombre capaz de "garantizar la economía nacional".
El expresidente recordó los logros que atribuye a su gestión como el crecimiento económico para sustentar la decisión tomada.
Como plan de gobierno ha promovido la defensa de las empresas estatales, de los recursos naturales del país y trabajar para volver a las tasas de crecimiento que tuvo Bolivia cuando fue ministro de Economía.
Sin embargo, su perfil más bien técnico y el haber hecho carrera a la sombra de personajes mucho más carismáticos como Morales o el exvicepresidente Álvaro García Linera son elementos que sus detractores destacan como factores en su contra.
jueves, 15 de octubre de 2020
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LEBANON'S EXPLOSION: A NEW HUMANITARIAN DRAMA?
Beirut Explosion Imperils Lebanon’s Refugee Population—and Aid Routes to Syria
Reeling from the aftermath of a chemical explosion in the city’s port, Lebanon’s most vulnerable are bracing for even more anguish.
The massive explosion that rocked Beirut and destroyed much of the Lebanese capital’s port last week threatens to have disastrous consequences for the roughly 1.5 million Syrian and Palestinian refugees who have long relied on humanitarian aid in the country, according to officials and aid workers who spoke to Foreign Policy.
Lebanon hosts one of the highest populations of refugees in the world. The blast last week came on the heels of months of civil unrest, an economy on the brink of collapse if not beyond it, and a resurgent coronavirus pandemic. Experts and humanitarian workers say it further imperils Lebanon’s refugee population, half of whom lived in deep poverty before all the crises began. More than half of Palestinian refugees are unemployed, and over two-thirds of Syrian refugees in Lebanon live below the poverty line.
“They were already vulnerable, not just because of their situation as refugees but also because of the spiraling economic crisis and coronavirus crisis and measures that had impacted the whole country,” said Ruth Hetherington, the Middle East spokesperson for the International Committee of the Red Cross. “For everybody, this catastrophe layers more misery on top of already very deep crises.”
Many refugees from the nearly decadelong civil war in Syria are spread out across Lebanon’s farmlands, but without the prospect of a flow of international aid to help them in Lebanon, things will get worse—for them and for their host country.
“It’s hard to see how they can absorb any more, and it will be increasingly difficult to take care of those they have been hosting,” said Andrew Miller, a former National Security Council director during the Obama administration. “It really does make the absence of an off-ramp to these conflicts and the return of refugees a ticking time bomb, at least from Lebanon’s perspective,” said Miller, now the deputy director for policy at Project on Middle East Democracy.
The Lebanese government had already sought to repatriate refugees in recent years, despite lingering dangers in their home countries. Now, some fear that Lebanon, faced with no money, little food, and a massive reconstruction bill, will take it out on that vulnerable population.
“The situation for a full-fledged citizen in Lebanon was already extremely dire,” said Bachir Ayoub, a Beirut-based expert with the humanitarian organization Oxfam. “You can only imagine the impact it would have on the refugee community.”
The biggest immediate problem in the wake of the explosion is food, at a time when prices for food and other goods had nearly doubled in Lebanon over the past year. The Beirut port, an entry point for much of what Lebanon consumes and a key hub for other shipments throughout the region, will be inoperable for at least a month, a United Nations spokesperson said. Lebanon imports 80 to 85 percent of its food, and one of its largest grain silos was among the wreckage.
U.N. and humanitarian officials also fear the knock-on effects of the explosion on the aid pipeline to Syria, where over 11 million people rely on international aid to survive as the country’s civil war grinds into its ninth year.
The Beirut port “was one of the main logistical hubs” through which the U.N. and other aid organizations sent supplies to Syria, Ayoub said. Now humanitarian officials are scrambling to find ways to keep the supply chain open as the dust settles on the destroyed port.
Aid officials are looking to Lebanon’s other main port, Tripoli, where aid will continue to arrive via air freight or ship. But it’s unclear whether the U.N. and other aid organizations that had used Beirut’s port as a gateway to provide aid to the region can do the same from Tripoli, which has only about one-third the capacity of the port in Beirut.
Another problem is the lack of a proper government in Lebanon, after the entire leadership resigned en masse on Monday. The resignation of Prime Minister Hassan Diab and his entire cabinet won’t stop the flow of humanitarian aid into the country, but it could make efforts to unlock long-term international aid pledges more challenging, experts told Foreign Policy. Diab’s resignation means that his government will have caretaker status, giving it just enough legal power to run day-to-day functions but not allowing it to enact reforms demanded by Western nations.
“The Lebanese financial system is completely broken, you cannot transfer money in and out of the country,” said Heiko Wimmen, a project director for the International Crisis Group overseeing Iraq, Syria, and Lebanon. “The banks are completely bankrupt.”
So far, Lebanon has seen a muted response from the United States and the international community. A French-backed online conference over the weekend garnered nearly $300 million in donations, well short of the $15 billion in damage wreaked by last week’s blast, and potential contributors have pushed for reforms to Lebanon’s government, accused of endemic corruption.
The U.S. Embassy in Beirut reported on Tuesday that the Trump administration had so far provided $2 million in food and medical supplies. But the Trump administration, which supplies hundreds of millions of dollars annually in military and economic aid to Lebanon, never embraced the Diab government, and has called for reforms before pitching in major contributions. The National reported that a U.S.-led delegation to the country will make the push for an independent government and other reforms when it visits the country later this week.
Another potential hurdle to more aid from Washington is the Trump administration’s antipathy to the United Nations.
“They’re deeply distrustful of the U.N. Their preference is to provide aid bilaterally or through orgs that are not part of the U.N. structure,” Miller said. “Unless you already have the mechanisms in place to provide aid, you have to build them from scratch.”
If there’s one tiny silver lining to the short-term government vacuum, aid experts say, it’s an easing of restrictions that normally apply to imported goods. Lebanon, for instance, used to reject medicine that had expiration dates more than a year away. That restriction may be lifted, allowing for the import of medicines a little closer to expiration.
“One thing we want to make sure we do is obviously take advantage of any relaxation of some of the restrictions but also make sure that we’re still sending in quality and relevant and needed goods,” said Sean Carroll, the president and CEO of the humanitarian organization Anera. He suspects that there will be an even greater reliance on outside aid due to the country’s ongoing political strife and economic tailspin.
At least 43 Syrian workers were among the victims of the blast, which killed more than 200 people and wounded thousands, and many refugee families who lived along the industrial neighborhoods near the port have seen their homes and savings destroyed. Despite these setbacks, neighboring Palestinian refugee camps have reportedly opened their hospitals to outside cases, and residents within these camps have reportedly come in to help with cleanup.
“Up until now, we don’t know their names and stories. They are victims as much as everyone else,” said Sawssan Abou-Zahr, an independent journalist based in Beirut whose home was destroyed in the blast.
For Abou-Zahr, the blast, caused by explosive chemicals left for years in a portside warehouse, is a punctuation mark to years of government neglect and misrule that have suddenly gone from making daily life unmanageable to making it deadly.
“I despise—and you can quote me on this—I despise every single one among this rotten political system. Every single one,” Abou-Zahr said. “Perhaps COVID-19 will not kill us, but they will kill us.”